“Alquilo habitación a cambio de prestaciones sexuales”. Anuncios como éste se han propagado como la pólvora a través de Internet. Es el juego libre de la oferta y la demanda, con un nuevo objeto de deseo, la carne. Los portales inmobiliarios alojados en los servidores de España presentan esta nueva moda del alojamiento gratuito a mujeres jóvenes a cambio de mantener relaciones sexuales con su arrendador.
Hoy día todo vale. Y no es de extrañar que los más aventureros y las más desinhibidas prueben suerte en el singular intercambio que ofrecen los particulares dentro del mercado inmobiliario. La cultura erótica en la que vivimos traspasa los mensajes carnales de los medios de comunicación, las escenas de sexo explícito de las películas y las imágenes de las mujeres desnudas en revistas y páginas web para presentarse con un nombre anónimo que ofrece su piso a cambio de sexo. Y poco importa que el feminismo se alzase como movimiento de denuncia y lucha por los derechos de las mujeres si en pleno siglo XXI confundimos liberalización con libertinaje y desandamos el camino de aquellas primeras feministas para apostar por la cosificación de la sexualidad y la entrega superficial del cuerpo que, para los anunciantes, se considera un pago flexible y hasta condescendiente.
Se nos llena la boca cuando hablamos de liberalismo, presumimos de vida sexual, de un trato igualitario, de una mujer emancipada que vive su vida ajena a los compromisos y a las ataduras de antaño. Pero lo cierto es que teclear en Internet la combinación de “sexo a cambio de piso” nos proporciona la friolera de más de tres millones y medio de entradas. "Soy un chico de 23 años, vivo solo y deseo compartir piso a cambio de sexo, no cada día, sabremos encontrarle el punto justo; si no, cuando te apetezca. Soy muy respetuoso: sólo haremos lo que tengamos pactado. Todos los gastos están incluidos". Menos mal que el chico habla de respeto. ¿Pero a qué punto justo se refiere?
Sea por los prohibitivos precios del sector inmobiliario o por el puro placer de ofrecer algo nuevo (que en realidad no es más que una práctica sútil y privada de la profesión más antigua del mundo, eso sí, ésta vez con un piso compartido de por medio) asistimos a la más pura desvalorización de las relaciones sexuales, a la consideración del cuerpo femenino (por lo general sólo se aceptan mujeres jóvenes) como mero objeto del deseo, una mercadería más, una pervertida forma de trueque que tienta a muchas y convence a otras tantas. La degradación de la moral sexual alcanza su punto álgido, sin dinero que valga, sin valores que hagan más llevadera su pérdida, sin remordimientos. La moderna civilización respira un ambiente sexualizado que desborda las paredes de esos pisos que harán a las mujeres víctimas de su falsa libertad, esclavas de una tradición sexista que presumen no haber conocido. Por lo menos, sus bolsillos no se resentirán. Y es que, con esta nueva modalidad de alquiler, el cuerpo no tiene precio.
Muy bien escrito, hay cosas que aun sorprenden en esta vida. Tu no decaigas y sigue así. Muy buenos artículos.
ResponderEliminarR.R.R