ESTHER DE LÓZAR CUEVAS

Dedico este pequeño espacio de intelectualidad a mi gente, que me regaló unas alas inmensas; a la vida, que me enseñó a emprender el vuelo sin estrategias ni maquillaje; a la educación, que me hizo libre. Esta mariposa de altos vuelos recupera su pluma... y escribe. ¡Bienvenidos a mi blog!

"La pluma es más poderosa que la espada y escribir con ella es considerablemente más fácil" (Feldman)

"Podría estar encerrado en una cáscara de nuez y sentirme rey de un espacio infinito" (Shakespeare)

"El alma tiene ilusiones como el pájaro alas. Eso es lo que la sostiene" (Victor Hugo)

"La peor lucha es la que no se hace" (Karl Marx)

"Lo que con más trabajo se adquiere, más se ama" (Aristóteles)

Medios y poder político


   En las sociedades contemporáneas, la gente recibe la información fundamentalmente a través de los medios, principalmente de la televisión. Teniendo esto en consideración, los partidos políticos emplean los mass media como vehículos de sus propuestas ideológicas con el objetivo de persuadir, si es posible, a la población, entendida como una masa. Parece ser que fuera del mundo de los medios sólo hay marginalidad política; lo que no reflejan los medios no existe. La política de los medios no es toda la política, pero toda la política debe pasar a través de los medios para influir en la toma decisiones. 

   La política informacional recurre, tanto en Europa como en Estados Unidos, a la simplificación de mensajes, publicidad y sondeos profesionales, creación de imagen y comentarios en los medios como mecanismos para conquistar o mantener el poder. Por ejemplo, en nuestro país, la democracia española, también hace uso de los medios de comunicación para alcanzar el triunfo (recordemos las elecciones generales de 1.982 que dieron la victoria absoluta al PSOE. Factores como el carisma de Felipe González y su presencia en los medios y el monopolio gubernamental de la televisión, unidos a la novedosa utilización de sondeos constantes, análisis / diseño imagen y selección de temas en tiempo y en espacio influyeron en los resultados electorales). 

   Los medios deben ser los suficientemente neutrales y distantes de las opciones políticas como para mantener su credibilidad, convirtiéndose en simples intermediarios de información entre los partidos y los ciudadanos. Sin embargo, la realidad es bien distinta: en las diferentes zonas del mundo, los medios encuadran la política y se han convertido, a su vez, en un campo de batalla donde cada partido político intenta debilitar a su opositor con el objetivo de obtener votos a favor en las encuestas de opinión, en las urnas... 

   El caso de la televisión es el más característico. El medio televisivo está adquiriendo un papel político más importante, si lo comparamos con otros medios como la radio y la prensa, y ello ha provocado un enorme gasto político en televisión, y la importancia, cada vez mayor, de la labor de los asesores de los candidatos en las campañas políticas. El marketing es un arma utilizada, en los últimos años, por los políticos con la intención de mejorar su imagen y de esta forma obtener o conseguir influir en la opinión pública intentando conseguir su voto en las urnas. El resultado de esa dependencia de los políticos por los medios ha dado lugar a la espectacularización de la política. 

   Vivimos en una época donde los medios de comunicación son los grandes protagonistas y donde, por desgracia, la existencia de burbujas informativas condiciona, y hasta vela, el conocimiento de la vida real. Por un lado, cualquier grupo de interés político, económico o social se vierte, en primer lugar y directamente, a través de los medios hasta el punto de que éstos parecen ser el centro mismo de la política. Por otro, las políticas de comunicación de esos grupos adoptan tintes cada vez más sofisticados y profesionales con el fin de impregnar la información de sus mensajes. Es el denominado periodismo de fuentes que nutre los gabinetes de prensa y que se aplica, con mayor esfuerzo, cuanto mayor es el deseo de que se difunda una noticia. 

   Por otro lado, los procesos de información definen el mundo y la posición de las naciones: la información es un bien como cualquier otro medio de producción. La distribución desigual de la información es un fenómeno social y político que afecta a los equilibrios de poder en el mundo: confiere poder al que la disfruta y distribuye, excluye de los círculos de poder al que carece de ella (la denominada “brecha digital”). Esta situación pone de manifiesto que, pesar de vivir en la denominada sociedad democrática, la globalización es de carácter selectivo, esclava de los intereses de los centros de poder; las potencias mundiales y los negocios internacionales. Bajo el nombre de globalización de la información se oculta la hegemonía de los poderosos.
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Alquilo piso, ¿quieres sexo?


   “Alquilo habitación a cambio de prestaciones sexuales”. Anuncios como éste se han propagado como la pólvora a través de Internet. Es el juego libre de la oferta y la demanda, con un nuevo objeto de deseo, la carne. Los portales inmobiliarios alojados en los servidores de España presentan esta nueva moda del alojamiento gratuito a mujeres jóvenes a cambio de mantener relaciones sexuales con su arrendador. 

   Hoy día todo vale. Y no es de extrañar que los más aventureros y las más desinhibidas prueben suerte en el singular intercambio que ofrecen los particulares dentro del mercado inmobiliario. La cultura erótica en la que vivimos traspasa los mensajes carnales de los medios de comunicación, las escenas de sexo explícito de las películas y las imágenes de las mujeres desnudas en revistas y páginas web para presentarse con un nombre anónimo que ofrece su piso a cambio de sexo. Y poco importa que el feminismo se alzase como movimiento de denuncia y lucha por los derechos de las mujeres si en pleno siglo XXI confundimos liberalización con libertinaje y desandamos el camino de aquellas primeras feministas para apostar por la cosificación de la sexualidad y la entrega superficial del cuerpo que, para los anunciantes, se considera un pago flexible y hasta condescendiente. 

   Se nos llena la boca cuando hablamos de liberalismo, presumimos de vida sexual, de un trato igualitario, de una mujer emancipada que vive su vida ajena a los compromisos y a las ataduras de antaño. Pero lo cierto es que teclear en Internet la combinación de “sexo a cambio de piso” nos proporciona la friolera de más de tres millones y medio de entradas. "Soy un chico de 23 años, vivo solo y deseo compartir piso a cambio de sexo, no cada día, sabremos encontrarle el punto justo; si no, cuando te apetezca. Soy muy respetuoso: sólo haremos lo que tengamos pactado. Todos los gastos están incluidos". Menos mal que el chico habla de respeto. ¿Pero a qué punto justo se refiere?

   Sea por los prohibitivos precios del sector inmobiliario o por el puro placer de ofrecer algo nuevo (que en realidad no es más que una práctica sútil y privada de la profesión más antigua del mundo, eso sí, ésta vez con un piso compartido de por medio) asistimos a la más pura desvalorización de las relaciones sexuales, a la consideración del cuerpo femenino (por lo general sólo se aceptan mujeres jóvenes) como mero objeto del deseo, una mercadería más, una pervertida forma de trueque que tienta a muchas y convence a otras tantas. La degradación de la moral sexual alcanza su punto álgido, sin dinero que valga, sin valores que hagan más llevadera su pérdida, sin remordimientos. La moderna civilización respira un ambiente sexualizado que desborda las paredes de esos pisos que harán a las mujeres víctimas de su falsa libertad, esclavas de una tradición sexista que presumen no haber conocido. Por lo menos, sus bolsillos no se resentirán. Y es que, con esta nueva modalidad de alquiler, el cuerpo no tiene precio.
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El caso Meño



   El Tribunal Supremo ha decidido reabrir el caso de Antonio Meño, un estudiante de Derecho que se quedó en coma a los 21 años, tras someterse a una operación estética de nariz en una clínica madrileña en el año 1989. El resultado fue un coma vigil irreversible. Los antecedentes jurídicos de esta trágica historia son los siguientes: en 1993, un Juzgado condena al anestesista por negligencia (por considerar que le había desentubado antes de haber recuperado la respiración espontánea) pero éste recurre y en 1998, es absuelto por la Audiencia Nacional. Desde entonces, la familia de Antonio se ha visto sumida en una profunda y lacerada lucha en los Tribunales, un desgaste a contracorriente para vivir en un mundo que para ellos nunca volvería a ser el mismo. 

   Era una familia modesta, sencilla. Tenían cuatro hijos pero desde el coma de Antonio, sólo existió uno. Sorprendentemente, los padres del chico, Juana y Antonio, pierden el primer recurso ante el Tribunal Supremo diez años después y se ven obligados a pagar 400.000 euros a los demandados por gastos judiciales. No sólo no se les concede una indemnización que permita atender a su hijo y proporcionarle una vida lo más cómoda posible dentro de su calvario, sino que un dedo acusador se cierne sobre sus cabezas para acrecentar su agonía y desesperación y hundirles en la miseria, moral y económica. ¿Dónde está la Justicia?, ¿Dónde se esconde?, ¿Por qué se disfraza?

   “Aquí Ministerio de la Injusticia”, rezaba una de las pancartas expuestas a modo de denuncia junto a la casa improvisada que los padres de Antonio habían establecido en la Plaza Jacinto Benavente de Madrid. Tras verse obligados a abandonar su casa, han vivido 522 días en la calle, con su hijo a cuestas, a expensas del frío, de la incomprensión, de incoloros desayunos y eternas madrugadas. Gracias a su valentía y arrojo, un hombre que casualmente paseaba por aquella plaza ha dado un giro inesperado al caso. Reconoce haber sido testigo de aquella operación, por aquel entonces como estudiante en prácticas y conforme a su versión, el anestesista se ausentó del quirófano para atender otra operación y el tubo de anestesia endotraqueal se desconectó. Niega la existencia de vómito alguno a la que recurrió en su dia el anestesista, por lo que nos encontramos ante un supuesto caso de negligencia médica. 

   Pero lo más triste de la cuestión que aquí nos compete, se pone de manifiesto en el fraude procesal que ahora ha quedado expuesto como una larga sombra de errores jurídicos que oscurecen el papel de los Juzgados y Tribunales españoles en detrimento del mayor perjudicado; unos padres coraje que no capitularon porque necesitaban de su rabia para seguir adelante. Reconocida la maquinación fraudulenta (el litigante vencedor del pleito, el anestesista, llevó a cabo una actuación maliciosa que provoca indefesión a la otra parte y que consistió en la omisión de la presencia en el quirófano de un médico en prácticas), se abre una nueva esperanza para esta familia, con la reapertura de su caso y un nuevo juicio civil que anula todos los anteriores. 

   Asistimos, en medio de trabas procesales y un claro retroceso burocrático, a la esperanza de unos padres que, al margen de una justicia ficticia que hasta hoy les había dado la espalda, han desarrollado su batalla diaria sin decaer en el intento. Todo por un hijo que, de no haber estado aquel 3 de julio de 1989 en un maldito quirófano, podría haber formado parte del sistema jurídico que le ha condenado en silencio durante tantos años. 

   Dicen que el mal endémico de la justicia española es su exasperante lentitud. A ello se deben sumar las irregularidades procesales, la falta de compromiso e involucración de los poderes públicos y la actuación vergonzosa de una Administración de Justicia que condena a los inocentes y se lava las manos. Pero la herida sigue sangrando para unos padres que vieron truncado el futuro de su hijo, rotas sus manos, muda su mirada, desgastada su alma. En un largo camino plagado de sentencias y recursos han dejado los Meño su vida; la sangre que no se ve pero amarga, las lágrimas que no se palpan pero queman, la incomprension que ciega pero que no ha podido con ellos. Ahora se abre una nueva puerta, tras tantas ventanas cerradas de golpe y sin previa explicación. Pero la herida sigue sangrando y no queda más que preguntarse: ¿dónde estará ahora la Justicia?, ¿se atreverá a mirar de frente a la familia Meño?, ¿expiará su culpa?, ¿pagará su penitencia? Recemos para que así sea.
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Señor Prestigio (II)


   El prestigio verdadero y legítimo va madurando poco a poco y requiere de esfuerzo y constancia. Podría decirse que equivale a la reputación, al reconocimiento social dentro de una determinada profesión. Y aquí es muy conveniente establecer una distinción entre aquéllos que optan por un estudio constante y continuado, matizado, comprensivo, de esos otros que prefieren un aprendizaje rápido, abreviado, superficial, sin cimientos sólidos y de escaso perfeccionismo. Me interesan los primeros, esos que optarán por un proyecto arduo, a largo plazo, sacrificado. Y no es fácil ese camino que conduce a la rosa del prestigio social porque las tentaciones están a la vuelta de la esquina y se nos arrastra al objetivo de una alta remuneración económica como máxima de vida (los que más lo demandan suelen ser los que menos lo merecen), al consumismo desenfrenado, al lujo más descarado, a la ostentación de las marcas y al ascenso en la escala social, a la búsqueda inmediata de un prestigio que, sin embargo, se debe cultivar con esmero y dedicación. 

   El dilema se nos presenta a la hora de elegir entre el sacrificio o la recompensa inmediata en un mundo cada vez más aferrado a los valores individualistas, materiales, egocéntricos, a la inmediatez que asfixia, que ahoga, que mata cualquier atisbo de reflexión. Por estas circunstancias no debemos creer en los falsos atajos. Para alcanzar el prestigio se necesita partir desde la base e insertar correctamente cada pieza de un engranaje que debe conducir a la admiración, el respeto, la credibilidad y la legitimidad de las personas que forman parte de nuestro entorno de trabajo. Porque interesa el prestigio pero también el buen nombre al que va asociado. Y la fórmula no es perfecta porque a veces, el prestigio resulta desmerecido y otras, el anonimato proyecta su injusta sombra sobre individuos altamente cualificados y preparados. Sin olvidar la precariedad laboral, la reticencia de las empresas a los contratos estables o el hiriente enchufismo de la empresa privada. Y no es necesario ser abogado, economista, médico o arquitecto para gozar de prestigio. No es el trabajo el que dignifica la persona sino la persona la que dignifica su trabajo. Porque estos colectivos han representado tradicionalmente el éxito profesional pero sus profesiones no son las únicas que hacen girar las ruedas del entramado social. Existen enfermeros, humanistas, psicólogos, docentes, historiadores, químicos, biólogos, informáticos… 

   Antes de acariciar el prestigio, se debe formar la persona. Con valores y conocimientos especializados. Por eso, mientras muchos le llaman a gritos y se suben al tren de las prisas para tratar de atraparle, los más inteligentes se limitan a formarse, a esperar… y a merecerlo. Si el “Señor prestigio” me preguntase “¿qué camino seguirás?”, yo le respondería “el más rebuscado, el más espinoso, pero el que más gratificaciones me vaya a dar”. “¿Y crees que recogerás la rosa?”, me retaría. “Que no le quede la menor duda, señor”.
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Señor Prestigio (I)

   Muchos hablan de él. La mayoría lo anhelan y desearían fundirse en sus brazos eternamente. Otros lo ven pasar de reojo pero no se atreven a mirarlo a la cara porque sus ojos imponen, rasgan, hieren. Los hay que desisten porque piensan que resulta inaccesible y los hay que lo poseen desmerecidamente porque cometen abusos o hacen mal uso de él. A mi me gustaría conocerle personalmente y por si las moscas, tratarle de usted. Porque lo cierto es que el “señor prestigio” es muy escurridizo y no tiende la mano a cualquiera.

   En sus dos primeras acepciones, el Diccionario de la Real Académica Española de la Lengua (DRAE) lo define como realce, estimación y renombre o influencia y notoriedad. Es ésta una cuestión que siempre me ha obsesionado y de la que existen muy dispares opiniones. “Yo quiero estudiar una carrera de prestigio”, te dicen ahora los chavales. Y yo me quedo perpleja porque nos estamos equivocando. Y mucho, con ese planteamiento. No comprendo la desmesurada fama de las carreras tradicionales por excelencia, como son la Medicina, el Derecho y las Ingenierías en detrimento de otras profesiones, como las derivadas de la rama humanística, tan marginada actualmente (Ciencias Políticas, Historia, Sociología, Literatura, Trabajo Social…). En la sociedad hacen falta profesionales cualificados en todos los sectores y no creo sinceramente que la solución sea marcar el corte por la cuestión del tan codiciado prestigio. Nos tienen que mover otros valores a la hora de elegir una carrera, de entre los cuales destacaría la vocación, la motivación, el compromiso social y la autorrealización. Pero yo entiendo que, sin la identidad personal formada, la decisión de unos estudios superiores resulta bastante complicada, más cuando las falsas creencias y el exacerbado capitalismo no nos dejan pensar con la suficiente claridad.

   Volviendo al hilo de la cuestión, el otro día entré por casualidad en un foro de estudiantes universitarios en el que se realizaba una encuesta sobre las carreras que se creía gozaban de un mayor prestigio social. Medicina, Arquitectura, Ingenierías, Derecho y Economía fueron, por este orden, los estudios más votados. Quisiera una argumentación convincente. Y los jóvenes de 17 años no creo que la tengan. Podríamos preguntarle a ese arquitecto que, afectado por la recesión económica, se ha visto obligado a cambiar el diseño de casas por la burocracia del papeleo, a esos ingenieros recién titulados cómo viven su entrada en una nueva empresa, con un salario de 900 euros al mes y trabajando entre nueve y diez horas diarias. O a esos miles de Licenciados en Derecho que engrosan las listas del paro desde hace tiempo y que se sumergen en el mundo de las oposiciones para intentar aferrarse a una plaza de funcionario que lleve su nombre.

   El prestigio no va unido indisolublemente a un estudio u otro. Influyen otros factores como la personalidad de superación del individuo, una formación complementaria que se ajuste al perfil demandado, los idiomas, el contexto económico-social y sus circunstancias, las posibilidades reales de ascenso en el mercado laboral, el preciado factor suerte o por qué no, los contactos de los que nadie quiere hablar pero que tanto ayudan al privilegiado que los posee. Las piezas del puzzle encajan, ahora sí, para comprender que el “señor prestigio” es un caballero muy ocupado que en demasiadas ocasiones se olvida de su esencia y se dedica a cortejar a niños de papá que, vaya casualidad, no tendrán los estudios requeridos para uno u otro puesto (en muchos casos ni siquiera tienen estudios) pero que consiguen su trono en la empresa familiar. ¡Cuánto prestigio! Y ese es un ejemplo de muchos. Economistas, abogados, arquitectos, empresarios, estudiantes… Muchos hablan de él. Y a mi… me gustaría conocerle personalmente. Y, por si las moscas, tratarle de usted.
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Bastará una palabra...


     La palabra se puede convertir en tu única verdad o en la más grande de tus mentiras. Es un reflejo de personalidad y emociones. Es tan poderosa que puede permitirse el lujo de crear una guerra y perder todas las batallas, de desdecirse a sí misma para regresar envuelta en un mar de contradicciones y anhelos, de condenarse al más absoluto de los olvidos para regresar a nuestros brazos convertida en la reina indiscutible de la prosa y la educación. Pero hoy está herida, se siente ultrajada, porque las herejías y deslealtades hacia ella parecen querer arrastrarla al silencio de la noche y adormecer sus cuerdas vocales. Busca labios que la pronuncien, miradas que la comprendan, voces que la deleiten con su sabiduría, gestos que no contaminen su esencia. La comunicación es el instrumento que nos fortalecerá o que nos convertirá en meros esclavos de nuestra propia ignorancia. 

   Por cada palabra, un sentimiento. Las palabras nos definen, nos persiguen, nos condenan, nos hieren, nos aman, nos protegen, nos engañan, nos maldicen, nos olvidan… Son como las mariposas, revolotean en nuestra mente y se posan en el corazón. Son bellas, majestuosas, frágiles, dolorosas, ¡tan efímeras pero tan eternas! Si no sabes expresarte ¿cómo dejarás tu huella en la arena?

   Si no cuidamos el lenguaje, perderemos los sentimientos y quedaremos indefensos ante el mundo, con tanto para dar pero sin saber cómo hacerlo, con unas alas deslumbrantes pero incapaces de alzar el vuelo. Si no sabemos expresarnos, no nos quedará más remedio que conformarnos con vivir con una belleza cegadora pero inservible, porque no veremos el cielo, ni percibiremos la vida desde nuestro pedazo de jardín. La perversión de la palabra nos impide a veces transmitir lo que sentimos realmente porque optamos por recorrer el camino más extenso, más desgarrador, más tortuoso. Otras, ni siquiera somos capaces de hablar y transmitir porque no hallamos la palabra adecuada, en un desierto de acepciones y vocablos desconocidos. Necesitamos salir ilesos de las enredaderas lingüísticas y de la pobreza semántica. 

   Bastará una palabra para herirme o adorarme. Pero debes escoger esa precisa y certera palabra que nazca de lo más profundo y me haga vulnerable y destroce mis sentidos o bien me ate a ti para siempre. Si no lo consigues, sólo lograrás indiferencia. Bastará una palabra… pero elige, y elige bien. 

   Con esta metáfora me presento en este pequeño espacio, consciente de la dificultad que entraña, en un mundo devorado por las prisas y la inmediatez, el poder disfrutar de una lectura pausada y reflexiva. Soy mariposa de la palabra, mariposa de altos vuelos. Sólo pretendo que leas, que sueñes, que te identifiques aquí, que te dejes conquistar, que te enamores de mi palabra, que emprendas tu vuelo particular y que, cuando llegues al cielo, si por casualidades de la vida tú y yo coincidimos, me dediques una palabra, porque bastará una palabra… para hacerme feliz.

“Siento que tus palabras me sentencian,
que me juzgan y que me apartan de ti,
pero antes de irme, tengo que saber
si eso es lo que quieres decirme.
Antes de erigirme en mi defensa,
antes de hablar herida o asustada,
antes de levantar esa pared de palabras,
quiero saber si verdaderamente he oído.
Las palabras son ventanas o paredes;
nos condenan o nos liberan.
Ojalá que al hablar o al escuchar
resplandezca la luz del amor a través mío.
Hay cosas que necesito decir,
cosas muy significativas para mi.
Si no me expreso claramente con mis palabras,
¿me ayudarás a ser libre?.
Si te pareció que quise rebajarte,
si creíste que no me importabas,
trata de escuchar a través de mis palabras
los sentimientos que compartimos.”
                                          Ruth Bebermeyer
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