Estúpida madurez, incomprensibles adultos. Ellos creen saber siempre lo que me conviene, lo que debe o no hacerse, lo que necesito llevar en mi equipaje de niña buena. Ellos, sí, los mayores, que me miran con ojos atentos y siempre vigilan mis pasos, y dicen que no entiendo porque aún soy pequeña, y me prohíben escuchar sus historias, y esconden ante mí sus problemas, y me hablan de disciplina y seriedad. Son cosas de mayores, dicen. Como si no supiera yo que los adultos crearon las armas, idearon las guerras, se hicieron enemigos. Y se matan entre ellos y hasta se dejan morir de hambre. Sus ideologías y sus patriotismos les ciegan, su ilógica madurez llena los telediarios de acontecimientos espantosos y bajo sus abrigos esconden ellos sus secretos y sus pecados. Y luego me riñen a mí… Qué incomprensibles son ¿verdad? Que no me vigilen tanto que yo no pienso crecer ni creer en su mundo de mentira. Me quedo con mis cuentos de ficción y mi vestido de princesa. Luego vendrán desesperados y me pedirán que cambie sus engaños por mis caramelos. Estúpida madurez.
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