15 marzo 2012

Caprichos del tiempo

         No sé si el tiempo me devolverá las palabras que una vez se mecieron en los labios pero que me sentí incapaz de pronunciar. No sé si este señor inmortal e infinito hará gala de sabiduría y eternidad y me regalará las frases que olvidé escribir en las líneas de mi desgastado cuaderno o si tendrá la amabilidad de susurrarme al oído todo lo que nunca me atreví a contarte y que parece olvidado ya. Si el reloj de la vida recuerda, a pesar de los años transcurridos, los besos que nos dimos, las miradas que nunca cruzamos, un agradecimiento callado, unas palabras de perdón que nunca llegaron a pronunciarse, una traición que encubrimos, una verdad que no nos quedó más remedio que ocultar, entonces yo me fundiré en sus agujas y trataré de ver a través de sus ojos. Tiempo pasado, tiempo perdido, tiempo olvidado, tiempo añorado. He enterrado su cuerpo en la arena de una playa sin nombre un día que no recuerdo, a una hora inexacta y sin minutos para poder recoger su esencia y retroceder a mi antojo sus manecillas. 

   Si el tiempo guarda todos esos instantes y todas esas palabras mágicas y posibles, me gustaría que volviera atrás, que deshiciera su minutero, que congelase sus latidos. A un año, a un día, a un segundo concreto para rectificar mis errores, borrar mis faltas, rememorar una voz que se fue, pulir los malentendidos, abrazar un recuerdo dormido. Pero este señor se empeña en avanzar impertérrito, sin escuchar mis súplicas, ajeno al dolor humano y a la añoranza de los años pasados. He frenado todos los relojes y he quemado todos los calendarios pero es imposible engañar al tiempo. Sólo quería una cita con él, yo, simple mortal, esclava de sus minutos y de sus caprichos, títere de sus designios, presa de sus antojos. Una cita, un día cualquiera, a una hora indeterminada, con los minutos por determinar, con los segundos sin establecer. Pero no me lo ha concedido. Sólo pedía un instante a un señor que tiene todo el tiempo del mundo. Comprendo que es imposible volver atrás y que el presente rápidamente se transforma en pasado. Lo comprendo ahora, cuando el reloj abandonado sin vida en aquella playa se asoma a la superficie, se despierta de su letargo e inicia su lento e incesante tic tac.

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