10 mayo 2012

Metamorfosis


   Crecer implica aprender a decir adiós. Resignarse y desprenderse de sueños y milagros. Quizá por eso mi metamorfosis ha sido tan cruel y agónica. En la brecha de mis emociones me he mantenido siempre, reacia a aceptar unas alas prefabricadas, unos besos a medias, unos colores sombríos. Mi sentido común es traicionero y escapa de las garras del tiempo y de una madurez absurda que no cree ni en lo onírico ni en los besos del alma. La realidad es fría y viscosa y condena a vivir sin alternativas, los deseos pegados, como las alas, revoloteos efímeros y sonrisas desgastadas. Mi piel de niña ingenua resbala arrugada por las imperfecciones que han dejado mis fantasías de soñadora. El reloj marca la hora, el final de los tiempos, y yo anclada en mi pasado, odiando las despedidas pero sin querer tampoco renunciar a un vuelo magistral, a un viaje con historia. Despego las alas, confundida pero viva, superviviente entre crisálidas derretidas y mariposas negras. No quiero vuelos erráticos ni promesas prisioneras. Quiero el cielo azul, un mundo a mis pies, una vida contigo, un trono en el vértice de todas las aspiraciones perdidas. Escapa de esa jaula de acero, madura en mis chillones colores, crece enredado en mi inconformista piel. No me digas adiós… vuela conmigo.

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