Vivo condenada a quererte en mi columpio eterno, señalada por mis defectos y acosada por los recuerdos. Donde había un punto y final yo me empeñé en ver puntos suspensivos, posibilidades donde no quedaban más que abismos. Así soy de cabezota, de obstinada, de incomprensible. Apostando todas mis cartas a una única tirada, sacrificando por el camino los cuentos reales por ilusiones que nunca merecieron la pena. Y no hay más remedio que reconocer los errores, aquí, en mi columpio de perdedora, al borde del final de nuestra historia, en el epicentro de todo lo que nunca fui. Ahora sé que las palabras que no te dediqué volverán en mis días malos para darse un festín a mi costa y que nunca se irán del todo. Mientras, me balanceo sin más norte que una brújula rota que, a fuerza de tratar de orientar mis pasos, descompensa las agujas de mis deudas y me mantiene en un sinvivir constante, condenada a quererte.
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