Tienes la llave de mi estabilidad, todo lo que vivo está supeditado a ti, a tus deseos. Vivo cautivo en tus ojos y enredado en tu melena, esperando un gesto, una señal, una intención. Me enamoro todos los días de tu imagen y creo estar en un sueño del que espero no despertar jamás. Tu aroma de fresa envuelve mis sentidos y tu larga y negra cabellera me condena un día sí y otro también a columpiarme en su largura y resbalar por sus finas trenzas. Desde la raíz voy descendiendo lentamente, mero títere de la dulzura que emana tu ser, prisionero de las confesiones que me has depositado, ardiente víctima entre tus dedos, compañero de fatigas y penas, de luces y sombras, de rosas y espinas. Llegó a las puntas, al final de la cascada de tu cabello, pero reinicio el camino de vuelta a tus besos, de árida subida para encontrar la gloria escondida en alguna parte de tu cuerpo. Me he convertido en errante estrella polar que ilumina tu mirada, que adora tu risa, que se queda atrapada en los momentos compartidos, enredada sin deseos de salvación en una melena que acariciará en silencio cada noche, antes de que el alba la sorprenda y la obligue a desaparecer.
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