Mario Vargas Llosa, actualmente considerado como uno de los más importantes novelistas y ensayistas contemporáneos, ha obtenido el Premio Nobel de Literatura, el más prestigioso galardón de las letras universales con su obra "Por su cartografía de las estructuras del poder y sus mordaces imágenes de la resistencia individual, la revuelta y la derrota". Es digna de elogio su trayectoria personal y profesional, en estos momentos tan dulces de su vida, con un reconocimiento más que merecido a estas alturas y con otros premios a sus espaldas, desde el Cervantes al Príncipe de Asturias. Su vida y su obra son paralelas y reflejo de una rebeldía manifiesta, de un lacerado inconformismo. Así pudo apreciarse en el discurso “Elegio de la lectura y la ficción”, leído por este colaborador asiduo de el periódico El País en la Academia sueca de Estocolmo. Sus palabras y las lágrimas que las acompañaron emocionan.
Su pasión por la lectura y su aprendizaje con los maestros literarios, sus estudios de Derecho y Literatura, su vocación de escritor en un país (Perú) sumido en el analfabetismo y la injusticia, su estancia como ciudadano del mundo en diferentes países europeos y el haber sido testigo de diferentes acontecimientos políticos y sociales conforman un conglomerado de vivencias que condicionan su personalidad, su obra literaria y su participación activa en política. De todo ello habla en un discurso cuyo lema podría resumirse en una de las frases que más me ha conmovido: “igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida”. Su contenido se convierte de esta forma en un homenaje a la escritura como forma de lucha contra la resignación del oprimido, como una vía de escape a vidas mejores y más felices que la que nos ha tocado vivir, como antídoto contra la falta de libertad, como la medicina que fomentará el espíritu crítico y comprometido con la sociedad y la justicia.
Podría decirse que el hombre conquista al escritor o el escritor define lo que es el hombre. Y Mario Vargas Llosa, siempre agradecido con España, país que le concedió la ciudadanía y le convirtió en el primer escritor latinoamericano miembro de la Real Academia Española, se muestra al desnudo en un discurso en el que no sólo habla del surgimiento de la civilización al fuego de un narrador e inventor de historias que permitirían soñar a generaciones futuras, sino que, marcado por las injusticias sociales, se erige en defensor de la democracia y los derechos humanos, del individuo libre y con conciencia lectora. Su rotunda condena a las diferentes formas de totalitarismo que arrasan el mundo oscurece las ideologías políticas despóticas cuyas disertaciones alimentan la barbarie y el fanatismo. Detractor de las dictaduras y enemigo acérrimo del nacionalismo excluyente y racista, aboga por la convivencia, la tolerancia y el pluralismo. Por ello es comprensible y hasta necesario que el hombre recurra a la literatura, y viva de ella, y salve su alma, y compare ambos mundos, el real y el que se le ofrece sobre el papel. La literatura finge una vida que todos desearíamos vivir, al margen del caos, de los genocidios y guerras, de atentados y sangre, una forma de cambiar de realidad, de agredir a las dictaduras, de soñar sin nadie que nos diga cómo hacerlo, de ser libres y conquistadores, en lugar de autómatas y esclavos.
Política, literatura, ficción, vida y libertad. Merecidísimo Premio Nobel para un caballero que se viste por los pies y que, tal y como refleja su discurso de agradecimiento, ha sabido expresar y transmitir sus vivencias, sus sentimientos, sus fobias y pasiones a través de unas letras que, de tan universales y mágicas, son capaces de burlar a la censura más poderosa. ¡Felicidades, Mario Vargas Llosa!
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