¿Cuáles son las características que debe reunir el profesor ideal? El club de los poetas muertos, excelente película ambientada en el año 1959, pone de manifiesto esta cuestión por medio de John Keating, un profesor de Literatura que, frente al autoritarismo y las clásicas consignas de tradición, honor, disciplina y grandeza imperantes en una prestigiosa escuela privada de Vermont (Estados Unidos), decide luchar por la libertad personal de sus alumnos, caminar con ellos. Su arma, la poesía. “Aprenderán a pensar por sí mismos, las palabras, las ideas pueden cambiar el mundo”, les decía a sus alumnos.
Sin caer en modelos o estereotipos tan abstractos como injustos en una cuestión tan compleja como la de definir al profesor ideal, y más considerando que el sistema educativo actual se ha visto irremediablemente atrapado por la crisis de valores que impregna cada estrato de la sociedad, procuraré dar voz a los alumnos y exponer los ingredientes que, a mi juicio, deben caracterizar a la docencia y a su base común, las clases magistrales.
En primer lugar, un profesor debe sentir pasión por la materia que imparte, debe poseer unos sólidos conocimientos sobre el tema y la refinada habilidad de saber explicarlos, o lo que es lo mismo, una capacidad didáctica que permita amenizar y facilitar la comprensión teórica. A estas cualidades, sumémosle la motivación, porque al final se transmite lo que uno siente. La capacidad de orientación, socialización, organización y reconocimiento de errores junto a un espíritu crítico completarían la receta mágica. Y si en sus clases combina la pedagogía con el fomento del espíritu analítico y metódico, y el cercano pero respetuoso contacto con un alumno que necesita un ejemplo creíble y estructurado, resultaría imposible pedir nada más.
No obstante, con mi experiencia universitaria de una larga lista de profesores (me atrevería a decir que casi rondan la centena), confirmo que no me salen las cuentas. Ni los ingredientes son tan puros, ni la receta tan perfecta. Lo que uno tiene de sabio, no lo tiene de pedagogo, al educador crítico y formado le pierden las formas, al que va de colega le falta recorrido, al más sociable le falta metodología, el conocedor por excelencia peca de despotismo y al intelectual más curtido sus métodos se le han quedado obsoletos. Unos adolecen de lo que a otros les sobra. A pesar de tan disparidad de criterios (los hay para todos los gustos), lo que debe quedar claro es que el docente del siglo XXI debe luchar por un sistema constructivo y no destructivo, no confundir autoridad con autoritarismo, ni dejarse llevar por un edulcorado paternalismo infantil pero tampoco fomentar el distanciamiento entre él y el alumno.
La sociedad, los padres, la Administración, el mercado, todos demandan. Pero el docente, ¿qué es lo que oferta?, ¿qué es lo que debe ofertar? La notoria presión de los colectivos citados se vierte sobre un profesorado que lleva años sumido en una crisis profesional de hondo calado, con la distorsión de sus funciones, el desdibujamiento de unas responsabilidades que a mi entender se me antojan excesivas e incluso, frustrantes. Porque los límites entre una simple relación pedagógica se deforman y obstruyen ante la demanda de una constante tutorialización, una relación personal, unos compromisos emocionales que constituyen un peso que desborda el vaso, que cristaliza en un agobio que asfixia, en depresiones que se traducen en bajas laborales y pérdida de la motivación.
A estas cuestiones se enfrenta el profesor de hoy, con sus cualidades, con sus defectos. Sólo pido que no caiga en el autismo desmesurado del déspota que en lugar de transmitir sus conocimientos te los escupe a la cara, ni en la alienación exacerbada de una persona que ha quedado anclada en otra época y es incapaz de avanzar con y para el nuevo modelo de alumno. Porque el docente ideal no existe, pero el docente humano y coherente con las enseñanzas que imparte, sí. Y ese es el modelo moral e intelectual. Porque como dijo William Arthur Ward, profesor y escritor estadounidense del siglo XX: “El educador mediocre habla. El buen educador explica. El educador superior demuestra. El gran educador inspira".
Buenas noches..
ResponderEliminarUna estelar entrada, por ello te dejo un poema de Celaya, para ti...
"Educar es lo mismo
que poner un motor a una barca,
hay que medir, pesar, equilibrar,
y poner todo en marcha.
Pero para eso,
uno tiene que llevar en el alma
un poco de marino,
un poco de pirata,
un poco de poeta,
y un kilo y medio de paciencia concentrada.
Pero es consolador soñar,
mientras uno trabaja,
que esa barca, ese niño
irá muy lejos por el agua.
Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de palabras
hacia puertos distantes, hacia islas lejanas.
Soñar que cuando un día
esté durmiendo nuestro propio barco,
en barcos nuevos seguirá nuestra bandera enarbolada.
Un besote de felices sueños
¡Qué bello poema Balovega! La educación de las generaciones venideras como una forma de prolongarnos a nosotros mismos. Muchas gracias, tú tan linda como siempre.
ResponderEliminarHOla Jesica, muchas gracias. Por supuesto que te voy a seguir. Un abrazo, estamos en contacto.
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