17 enero 2011

La ética médica


  A pesar de que la ética regula las experimentaciones humanas, los remotos casos que exponían al hombre a los más aberrantes experimentos volvieron a cobrar fuerza ante el dilema de sacrificar a unos cuantos por el bien de la humanidad entera. Cuando en el oscuro pasado, hombres, mujeres y niños se convirtieron en materia de experimentación, se llevaron a cabo perversos y macabros ensayos que convirtieron a las desdichadas personas en “Conejillos de Indias”, en tiempos en los que se carecía de regulaciones éticas que protegieran la integridad y dignidad de la persona, al respaldarse en la inmoral excusa de ampliar los horizontes del saber y sacrificar individuos que consideraban una carga social o pertenecían a grupos discriminados.


   Algunos países e instituciones regularon estrictamente tales investigaciones, mientras que otros ignoraron las precauciones morales y la protección de los derechos del individuo al buscar la expansión de los horizontes de la ciencia. Ejemplo de ello es el caso de las guerras, en las que las investigaciones aparecen como un imperativo patriótico para impedir la agresión del enemigo y salvar el militar personal propio. Dentro de este contexto, es necesario plantearse: ¿hasta dónde llegan los limites de la experimentación clínica humana?Actualmente asistimos a una creciente sensibilización sobre la bioética, consecuencia de las nuevas situaciones que plantean los avances tecnológicos y biomédicos y de las reflexiones surgidas a raíz de los errores cometidos a lo largo de la historia en nombre de la ciencia. Estas situaciones hacen necesario el establecimiento de unos requisitos éticos y de una normativa legal, así como del conocimiento de estas normas de actuación, especialmente por parte de médicos e investigadores. 

   Los continuos avances científicos están brindando indudables beneficios a toda la humanidad en los campos más diversos de la ciencia, pero también han suscitado preocupantes dilemas éticos. Sin duda, la polémica viene precedida por las atrocidades cometidas en los experimentos médicos con los prisioneros del los campos de concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial. La justificación de los programas nazis, que comprendían eutanasia involuntaria, esterilización forzada, eugenesia y experimentación humana, se hallaba fuertemente influenciada por la forma de concebir la dignidad humana. Hoy, debe ser nuevamente examinado el desarrollo histórico de dicha concepción puesto que las discusiones acerca del valor del ser humano son actualmente parte integral de la ética médica y de la bioética. Debemos aprender la lección que se deriva de cómo la dignidad humana acabó tan tergiversada, con el fin de poder evitar que se repitan hoy similares distorsiones. La realidad es que los científicos nazis despojaron a la ciencia de cualquier atisbo de moralidad y sus experimentos se convirtieron en sinónimo de sadismo y perversión. ¿Dónde quedó olvidada la integridad física y psicológica de miles de seres humanos, víctimas del lado más oscuro de la medicina?, ¿cómo pudieron los intereses enfermizos de una ideología fascista primar sobre los derechos humanos más básicos? La vulnerabilidad de los seres humanos debe ser protegida a través de cauces éticos y jurídicos. Los aberrantes capítulos de experimentación humana hicieron patente la necesidad de implantar una ética universal, consensuada, que respetase los límites entre lo admisible y lo inadmisible, entre lo que puede hacerse y lo que debe estar prohibido.

   Actualmente, sin olvidar el pasado (“porque un pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla”), es necesario fomentar un sano desarrollo de las investigaciones y reivindicar con claridad el valor de la vida humana por encima de cualquier otro interés contrario. La clave para el avance se encuentra en un correcto y digno procedimiento basado en los principios de autonomía y libertad moral del hombre: la ética del investigador debe tener siempre presente que el derecho y bienestar de los individuos estén debidamente protegidos, que los riesgos involucrados sean mínimos y sobre todo, que el paciente sea consciente de todo antes de aceptar su participación (consentimiento informado), especialmente en los países en desarrollo, dadas sus circunstancias socioeconómicas, leyes y reglamentos. 

   Las directrices éticas y la legislación vigente deben prestar una especial atención en lo que se refiere a la participación en investigaciones y experimentos científicos de personas que no puedan prestar directa y libremente su consentimiento informado; menores, ancianos, incapacitados, personas que sufran trastornos mentales, accidentados, enfermos, presos… Es toda la sociedad la que está afectada y la que tendrá que ir marcando cuáles son los cauces por los que puede discurrir, con garantías éticas y legales, la experimentación humana del presente y del futuro.

   La dignidad humana es el bien supremo y su valor es incuestionable. El ser humano está por encima de cualquier tipo de investigación o ensayo clínico y existen límites a la experimentación que deben ser infranqueables, como el derecho a la vida y a la autonomía personal del individuo. ¿Qué clase de progreso sería aquél que, para avanzar científicamente, convirtiese a la persona humana en instrumento de caprichos médicos?, ¿Realmente es lícito recurrir al mal para hacer el bien?, ¿Quién considera lo que está bien o mal?, ¿Pueden unos pocos, en nombre de la ciencia, jugar a ser Dios?, ¿Todo lo legal es ético?

   Las investigaciones presentes y futuras deben orientarse a la mejora de la situación humana y apostar por una sensibilidad ética que impregne de valores morales la base del sistema científico. Libertad, responsabilidad y moralidad deben ser los tres principios que rijan la conducta y el procedimiento a seguir por cualquier investigador profesional. ¿Qué mejor valor ético que la unión implícita de la conciencia del investigador y la confianza del investigado? Si es cierto que existe una crisis moral, la mejor medicina será la educación bioética de todos los agentes involucrados en el proceso investigador: patrocinadores, investigadores, profesionales sanitarios, pacientes… 

   Tal vez el hombre no conozca de límites. En una sociedad cada vez más materialista y salpicada de individualismo, los intereses imperialistas y económicos de aquellos que ostentan el poder hacen peligrar la dignidad de los más desamparados. La Ley y los gobiernos deben perseguir los experimentos ilegales y degradantes que todavía hoy se ocultan en el campo de la medicina. Los avances de la humanidad no pueden estar justificados en el sufrimiento de unos pocos. Es necesario apostar por una ciencia verdadera, ligada ineludiblemente a la fe más profunda. Aunar conocimientos y criterios éticos. Ese el verdadero avance. Porque, ¿qué sería del ser humano si sacrificamos lo que somos? Nos perderíamos en los tortuosos caminos de una ciencia distorsionada, en el vacío incierto de un progreso que, paradójicamente, nos condenaría al más lamentable de los retrocesos: la pérdida de nuestra identidad.

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