Cuando la libertad de información se convierte en pieza clave de toda sociedad democrática, cuando las diversas funciones sociales de la prensa son continuamente atacadas por el poder político, cuando la vida privada del ser humano está sometida a la investigación de la prensa, las exigencias de responsabilidad moral a la profesión periodística crecen considerablemente.
En nuestros días, la ética no puede ser considerada una mera especulación que nada aporta al mundo de la vida profesional; al contrario, es tan necesaria como insuficiente. Los propios códigos deontológicos no comportan ninguna fuerza de convicción si no existe previamente una voluntad moral por parte de los propios profesionales de asumir con todas las consecuencias el espíritu que propugnan las normas más arraigadas de la profesión. Estas normas, que se concretan en deberes y derechos, junto a los valores y las virtudes, se encuentran dentro de la lógica de la reflexión ética y de todo conflicto moral, tanto en el ámbito de la vida privada como en cualquier profesión pública.
Los códigos deontológicos de los periodistas suelen reconocer valores e ideales que deben ser respetados y fomentados por la propia profesión, colaborando en su realización e institucionalización social y cultural: tolerancia, pluralismo, paz, democracia... Su objetivo es guiar sus conciencias y fomentar una mayor responsabilidad personal.
No hay que olvidar que los medios de comunicación, además de constituirse en empresas económicas, están al servicio de los derechos humanos y del bien común. La tarea informativa acaba proponiendo determinadas maneras de pensar y opinar, defiende valores morales y políticos y se convierte en la principal difusora de modelos de existencia e ideales. Si cada vez se exige mayor honradez y responsabilidad a los periodistas es por la conciencia social que se está adquiriendo sobre el poder que poseen los periodistas de influir y persuadir a oyentes, televidentes y lectores.
El mundo del periodismo presenta una realidad heterogénea y compleja. Dentro de este contexto, no todas las prácticas que se realizan ni las informaciones que se difunde son verdaderas e íntegras; existe un ejercicio periodístico poco escrupuloso que utiliza métodos poco ortodoxos para lograr alcanzar mayores cuotas de audiencia. Por ello, el mayor reto del periodismo del siglo XXI es el de conseguir la independencia a través de la difusión objetiva de la verdad y fomentar el compromiso de los medios en dar a conocer lo más fielmente posible los acontecimientos que se producen en la sociedad.
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