En el mundo en el que vivimos la libertad es peligrosa si no va unida a la responsabilidad, es decir, a la capacidad de responder de lo que uno hace ante quien tiene derecho a exigir unas lealtades o unos resultados. No obstante, la responsabilidad y la ética se difuminan fácilmente cuando otros imperativos, como el negocio del lucro económico, se muestran como dominantes. El sensacionalismo y el escándalo, el recurso a la violencia y al sexo, unidos al engaño y a la obtención de rentabilidad, dañan la confianza y la credibilidad de la profesión.
Se debe cuidar no sólo la forma de contar los mensajes sino también el mismo contenido y su finalidad. La comunicación ha de ser verdadera e íntegra y respetar escrupulosamente las leyes morales y los derechos fundamentales del hombre. Sin embargo, el beneficio de servir a la mentira tienta a muchos hasta el extremo de poner en entredicho la profesionalidad de los medios y sus estrategias. Se puede mentir de muchas formas; deformando la verdad, ocultando aspectos importantes de la misma, presentando sólo la versión más conveniente... Todos estos factores conducen a una sociedad sin información sobre la verdad de lo que sucede, una sociedad mutilada e incapacitada para garantizar los derechos humanos.
Cada vez surgen más críticas contra el deterioro cultural y ético de los medios, que tienden a tratar la información como mera mercancía. Por ello, el reconocimiento social del periodismo depende en gran medida de la capacidad de asumir por parte de los profesionales de la información unos claros criterios morales con los que se defienda la dignidad de toda persona implicada en el mundo de la información.
Si es verdad que el periodismo a veces tiene mala prensa, no es menos verdad que un método adecuado para su defensa es la creación y aplicación de una serie de códigos deontológicos que delimiten claramente el buen y el mal ejercicio del periodismo.
Se debe cuidar no sólo la forma de contar los mensajes sino también el mismo contenido y su finalidad. La comunicación ha de ser verdadera e íntegra y respetar escrupulosamente las leyes morales y los derechos fundamentales del hombre. Sin embargo, el beneficio de servir a la mentira tienta a muchos hasta el extremo de poner en entredicho la profesionalidad de los medios y sus estrategias. Se puede mentir de muchas formas; deformando la verdad, ocultando aspectos importantes de la misma, presentando sólo la versión más conveniente... Todos estos factores conducen a una sociedad sin información sobre la verdad de lo que sucede, una sociedad mutilada e incapacitada para garantizar los derechos humanos.
Cada vez surgen más críticas contra el deterioro cultural y ético de los medios, que tienden a tratar la información como mera mercancía. Por ello, el reconocimiento social del periodismo depende en gran medida de la capacidad de asumir por parte de los profesionales de la información unos claros criterios morales con los que se defienda la dignidad de toda persona implicada en el mundo de la información.
Si es verdad que el periodismo a veces tiene mala prensa, no es menos verdad que un método adecuado para su defensa es la creación y aplicación de una serie de códigos deontológicos que delimiten claramente el buen y el mal ejercicio del periodismo.
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