02 mayo 2011

Gran Hermano


  “EL GRAN HERMANO TE VIGILA”. Ya en la primera página del libro de George Orwell, el escritor inglés nos muestra un sistema marcado por la vigilancia y la ausencia de intimidad. Todo controlado y vigilado. Todo ordenado y dirigido. Una sociedad en la que se borra y elimina del lenguaje el origen y significado de algunas palabras y se sustituye por otras sólo con el objetivo de controlar a la población, una población supeditada al poder, el ojo de ese Gran Hermano. Orwell imaginó al Gran Hermano como el eje y el ojo de un estado futuro, un ojo inmenso y vigilante que controlaba las veinticuatro horas del día la vida de los ciudadanos. La gente vivía amenazada y atemorizada por esa figura omnipresente, que podía inspeccionarles en cualquier momento en sus casas a través de la pantalla del televisor. 

   “Gran Hermano” fue el primer reality show de todos los que surgieron después. La profecía de Orwell parecía cumplirse con esta apuesta de la productora holandesa Endemol. Un grupo formado por diez personas, que nunca se han visto ni conocido antes, se reúnen y viven juntos, durante un determinado período de tiempo, en una casa construida y diseñada para la experiencia. No tienen ningún contacto con el mundo exterior: no hay teléfono, ni periódicos, ni radio, ni televisión. La intimidad es imposible porque están rodeados de cámaras y micrófonos que les observan día y noche, grabando sus movimientos y palabras. 

   Su contundente éxito en España provocó la aparición de formatos con las mismas características básicas: “La Isla de los famosos”, “Hotel Glam”, “La casa de tu vida”, “El Conquistador del fin del mundo” o su nombre actual “Perdidos en el Caribe”. Este tipo de programas-concursos tienen unas características similares: consiste en el encierro de un grupo de personas en una casa o su aislamiento en un lugar desconocido y con condiciones adversas para ellos. Los concursantes, sin conocerse de nada, entran en un lugar en el que saben que van ser vigilados las 24 horas del día durante varios meses. Se trata, de alguna manera, de un tipo de prisión, una prisión en la que no sólo castiga el gran poder a aquel que transgrede las normas (la organización de Gran Hermano), sino que también se castigan entre ellos mismos nominándose unos a otros en tres grados distintos, (3 significa el mayor grado de castigo y 1 el menor; no nominar a alguien supone no castigarle), y la audiencia, decidiendo quien permanece en el juego y quien no. 

   La vigilancia en este tipo de prisión consiste en la existencia de cámaras por toda la casa, algunas a la vista y otras tras cristales, y micrófonos localizados por toda la casa y uno individual para cada uno de los vigilados, que no deben quitarse en ningún momento. Aunque, para que el Gran Encierro funcione, existe un lugar para todos los concursantes “vigilados” en el que se aíslan: el confesionario. Ese es el lugar, no sólo en el que los concursantes se apartan del resto, sino en el que la vigilancia se vuelve individualizada y el control puede ejercerse más duramente (por ejemplo haciendo que un concursante que se quiere ir de la casa termine cambiando de opinión). 

   El espectador se convierte en policía del pensamiento (rescata este concepto de la novela “1984”) porque puede espiar a los concursantes a cualquier hora del día; esto fue posible gracias a la página web del programa www.granhermano.com, donde cada mirón podía escoger una de las varias cámaras que se le ofrecían. La paradoja de Gran Hermano es que combina la transparencia absoluta de las cámaras que transmiten a internautas y telespectadores la vida de los diez protagonistas, con el más completo hermetismo de la casa donde están recluidos, rodeada de vallas y alambradas en su emplazamiento periférico de una gran ciudad. 

   ¿A qué se debe el éxito de este formato global? Probablemente la clave se encuentre en el morbo que el telespectador siente al mirar a alguien y ser consciente de que puede castigarle. Él no participa, juzga. La prisión hecha espectáculo para aquél que no vive encerrado sino que vigila, que forma parte de ese entramado de observación y poder y que puede, si lo desea, formar parte activa de esos mecanismos que rigen y controlan la cárcel televisiva. Predomina siempre la crítica a la admiración y el voto es el del castigo. Deseamos expulsar y ver sufrir al expulsado. 

   Llegados a este punto surge un dilema, o tal vez confusión, entre los límites de lo público y lo privado. Vivimos en una contradicción, entre el deseo de mantener nuestro espacio privado ajeno a las intromisiones y la oportunidad de espiar a los demás. Pregonamos que somos libres aún cuando nos encerramos inconscientemente en prisiones disfrazadas. No nos identificamos con la angustia de Jim Carrey en “El show de Truman” porque esa aflicción de un hombre atrapado en un estudio de televisión, cuyo mundo se desmorona al descubrir que su vida es un espectáculo televisivo, es sustituida en nuestra sociedad por la felicidad de aquellos que se someten a lo mismo de forma voluntaria y sin ninguna sombra de duda. Gran Hermano es el mejor ejemplo para mostrar una exhibición mediática donde el escaparate panóptico se rige por medio de cámaras y monitores de televisión, una cárcel que opera por medio de la imagen y el sonido, conformando una tan inmensa como sutil red de vigilancia. 

   En un momento de la novela de Orwell, Winston Smith le pregunta a O’Brien, su carcelero:

- “¿Existe el Gran Hermano?”

- “Claro que existe. El Gran Hermano es la encarnación del Partido”

- “¿Existe en el mismo sentido que yo existo?”

- “Tú no existes” 

   Ambos personajes, preso y carcelero, han vuelto a la vida gracias a Gran Hermano y demás sucedáneos dentro de las pequeñas cárceles televisivas, controladas por el ojo que todo lo ve; el realizador del programa y el espectador.

1 comentario:

  1. Un extraordinario trabajo nos ha ayudado mucho pena que no se pueda copiar y pegar.

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