(...) Y siempre daban las doce. Y con ello el regreso a la realidad. Los labios demasiado rojos, la alarma de los contrastes estrepitosamente encendida, las sonrisas fingidas, una dulzura inexistente, las cenicientas de verdad que amargaban a una, la cuneta del alma más deshidratada que nunca, el deseo de crecer, de escapar, de alcanzar la fama, efímera y de segunda mano, en algún ámbito de la vida. Y las lágrimas encharcando mis pupilas... Los propósitos quedaban deslucidos y las intenciones, malinterpretadas. Ya no se trata de llegar a la cumbre. Ahora lo difícil es mantenerse.
Y me río porque escapaba equivocadamente de la manzana envenenada pero no de aquellos que trataban de hincar el diente a mi integridad. La bestia no era tan mala y tenía salvación pero en mi sueño eterno de bella durmiente no fui consciente de ello. Las pretendientas eran rivales imbatibles pero hoy están desinfladas, sin fuerza ni brillo. El enemigo a derribar acosaba intermitentemente y la madrastra siempre ponía toque de queda. Los príncipes no eran tan azules y las hadas envolvían mi libertad entre sus varitas, y se hacían sin yo saberlo dueñas de mi propia magia. Quería ser Cenicienta y llegar a mi idílica cita pero no tenía zapatos de cristal, ni vestido a juego, ni tiempo de más. Y el hada madrina no daba señales de vida y yo era tan impaciente... Quizá era la historia al revés y la mala malísima se deshacía de un encantamiento perverso para hacerse con la corona y sólo al pasar la medianoche yo despertaba del sueño para comprender que las equivocaciones tienen patas y te persiguen y te transforman sin tu saberlo en la bruja del cuento (...)
Y me río porque escapaba equivocadamente de la manzana envenenada pero no de aquellos que trataban de hincar el diente a mi integridad. La bestia no era tan mala y tenía salvación pero en mi sueño eterno de bella durmiente no fui consciente de ello. Las pretendientas eran rivales imbatibles pero hoy están desinfladas, sin fuerza ni brillo. El enemigo a derribar acosaba intermitentemente y la madrastra siempre ponía toque de queda. Los príncipes no eran tan azules y las hadas envolvían mi libertad entre sus varitas, y se hacían sin yo saberlo dueñas de mi propia magia. Quería ser Cenicienta y llegar a mi idílica cita pero no tenía zapatos de cristal, ni vestido a juego, ni tiempo de más. Y el hada madrina no daba señales de vida y yo era tan impaciente... Quizá era la historia al revés y la mala malísima se deshacía de un encantamiento perverso para hacerse con la corona y sólo al pasar la medianoche yo despertaba del sueño para comprender que las equivocaciones tienen patas y te persiguen y te transforman sin tu saberlo en la bruja del cuento (...)
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