Desconozco cuáles han sido las fatídicas jugadas que me han conducido hasta aquí. No he podido olvidar tus besos, tus arrebatos, tus consejos. La vida es así, me dicen. Un clavo saca otro clavo. Pero me pierdo irremediablemente en mi propio mar de errores y pasos en falso, arrepentida de no haber sabido valorarte, dolida por no haber podido salvar lo nuestro. No fue mi intención actuar de ese modo pero admito mi culpa y apunto al corazón, sólo una bala pero no creo que el daño sea tan mortal como la herida que me provoca tu ausencia. Vivo en soledad, mitad amándote, mitad odiándome. Esa es la penitencia que debo pagar, a pesar de tu perdón, más allá del olvido y de los besos que nos dimos un día.
Sé que ya no vas a venir, ésta es mi más absoluta soledad, sin más compañía que la de mi propio silencio, sin más consuelo que tu recuerdo envolviendo mi por aquel entonces ingrata piel. Me rindo al abandono de un rincón enmudecido, solitario, abandonado. Lejos de ti pero sin lograr regalar tu sonrisa al viento que juguetea con mis dedos. Sólo una rosa blanca, de vez en cuando, se posa en mis manos, para desangrar mi alma dulce y sutilmente, para no darme el lujo de poder olvidar que tú me las regalabas cada aniversario. Otra llaga más para mi colección. Imposible escapar de mi soledad.
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