Te espero aquí, en mi eternidad, en este paraíso de dulce y bruma. No creo que exista lugar más bello y más mágico. No hay sitio para el rencor ni para las malas intenciones. Todo se reduce a nubes de algodón y gaviotas soñadoras. El olor también es diferente, mezcla de rosa y lavanda. Hay un enorme portón de entrada pero no existe la salida. Tampoco querrás encontrarla. Te espero, con las pupilas anegadas de recuerdos y besos. Pero no te preocupes, tengo todo el tiempo del mundo y mi mayor virtud es la paciencia. Aguardo tu llegada mientras contemplo este cielo infinito que no me permite vivir más allá del día a día, de mi presente. Aquí no tendrás que preocuparte de planes ni reuniones, ni de atascos ni malentendidos. Las palabras tampoco son estrictamente necesarias porque los gestos lo significan todo.
Las lágrimas no cruzan la frontera porque en este sitio no llueve nunca. Sigo sin creerlo del todo y por si acaso no me despego de mi paraguas, de mis vivencias más amargas. Aquí los deseos se cumplen en forma de estrella y los sueños se pasan la noche meciéndose en la coqueta señora luna. Todavía sigo buscando mi sitio, ya me conoces, tan desorientada, pero prometo estar lista para cuando vengas. El vagabundo silencio reconforta y me hace dueña de mi propia y pasajera soledad. Pasajera porque te estoy esperando, pasajera porque nunca he aprendido a vivir del todo sola. Haremos aquí arriba una nueva vida, elige tú la nube más elegante, y emprenderemos el vuelo.
Cada uno vive su propia eternidad. Esa es la regla general. Pero sabes que yo me guio por los instintos y no podría soportar la contemplación de un mudo paisaje sin nadie con quien hablar. La eternidad me llama, me susurra y me convence a medias. No sabe todavía que soy muy obstinada y que viviré entre sus brazos acompañada. Te espero aquí, en el umbral de mi inmortalidad. Tengo todo el tiempo del mundo… pero no tardes, por favor.
Las lágrimas no cruzan la frontera porque en este sitio no llueve nunca. Sigo sin creerlo del todo y por si acaso no me despego de mi paraguas, de mis vivencias más amargas. Aquí los deseos se cumplen en forma de estrella y los sueños se pasan la noche meciéndose en la coqueta señora luna. Todavía sigo buscando mi sitio, ya me conoces, tan desorientada, pero prometo estar lista para cuando vengas. El vagabundo silencio reconforta y me hace dueña de mi propia y pasajera soledad. Pasajera porque te estoy esperando, pasajera porque nunca he aprendido a vivir del todo sola. Haremos aquí arriba una nueva vida, elige tú la nube más elegante, y emprenderemos el vuelo.
Cada uno vive su propia eternidad. Esa es la regla general. Pero sabes que yo me guio por los instintos y no podría soportar la contemplación de un mudo paisaje sin nadie con quien hablar. La eternidad me llama, me susurra y me convence a medias. No sabe todavía que soy muy obstinada y que viviré entre sus brazos acompañada. Te espero aquí, en el umbral de mi inmortalidad. Tengo todo el tiempo del mundo… pero no tardes, por favor.
Esther, te presiento, te intuyo en tu soledad. Piensa en esto: estás y realmente estás. Siéntate cómoda en soledad y comienza tu personal proceso místico. Piensa sobre todo en que te encuentras bien: no te duele nada, tienes proyectos vitales interesantes, este fin de semana verás a tus amigos, hoy te vas a dar un pequeño premio... Te encuentras agusto contigo misma, te sientes como ser. Relájate y... ya percibes toda tu persona, desde fuera (los poros de tu piel) hacia dentro. Eres y realmente eres... Sientes y realmente sientes... Ya sólo eres mente, alma...
ResponderEliminarLorenzo (galiana@epi.es)