El ataque a las Torres Gemelas y al Pentágono el 11 de septiembre de 2001 se convierten en un espectáculo televisivo reiterado que acaba perdiendo su materia significante. El mensaje oficial de los Estados Unidos expresa las claves míticas que sustentarán a partir de entonces los acontecimientos y la cobertura mediática de los mismos. En situaciones extremas de crisis la razón cede su lugar al mito y convierte al adversario en la representación del Mal: George Bush presenta en su discurso mítico el perfil de un enemigo desconocido pero perverso, que se encuentra en las sombras y desprecia la vida humana. La agresión, percibida como una reencarnación del imaginario colectivo, hace necesaria la creación de un antihéroe de película. La respuesta inmediata al ataque será la rápida designación del autor: el 12 de septiembre de 2001 la prensa de todo el mundo presenta el nombre de Osama Bin Laden como responsable de los atentados, confiriendo de esta forma una identidad “real” al Mal.
Se materializa así un mito complejo y presente a lo largo de la historia en diversos contextos y con diferentes matices pero siempre igual en esencia: la lucha irreductible entre Dios y Satán. De la bipolaridad Bien-Mal surge el mito de la Gran Conspiración en el que el adversario planea la dominación mundial. George Bush apela a la venganza como una cuestión de justicia divina y ante la posible desintegración de la cultura occidental la sociedad americana, aparentemente bajo el dominio de la racionalidad, recurre al mito y decide luchar contra el enemigo. Dentro de este contexto, el mito político de Bin Laden presenta una función de cohesión en la sociedad (unida frente al enemigo por un lado y solidaria ante el héroe por otro) así como una función movilizadora que incita al combate irreflexivo en busca de venganza.
Uno de los primeros pasos que contribuyeron a la mitificación de la figura de Bin Laden fue el esfuerzo llevado a cabo por Estados Unidos para convertir a su adversario en un sujeto digno de su mismo nivel. Como antihéroe, Bin Laden adquiere mayor consistencia que el héroe americano, en este caso de carácter abstracto y plural: bomberos, ciudadanos anónimos... Los medios de comunicación jugaron un papel fundamental a la hora de resucitar al diablo y justificar la guerra. El análisis de la información de los dos periódicos de mayor tirada en España, El País y El Mundo, durante los seis meses posteriores al atentado de las Torres Gemelas demuestra la utilización, deliberada o no, de una construcción mítica en torno al perfil de héroe-antihéroe representado por Bin Laden.
Bin Laden, al igual que el héroe clásico, posee un nombre singular y exótico para cualquier lector occidental. Los medios de comunicación, a través de sus titulares y contenidos, recurren a la técnica de la reiteración y los sinónimos (supuesto cerebro de los atentados, el millonario saudí, el hombre más buscado del mundo, el líder de la organización terrorista Al Qaeda...) para convertir el nombre de este personaje en uno de los más populares del mundo. Por lo que respecta a su imagen, ésta responde a dos conceptos complementarios: el de extranjero y el de enemigo. Así como cualquier rasgo significativo es capaz de sustituir al rostro en el caso del héroe de ficción, la ropa de Bin Laden le identifica con su cultura y enmascara el resto de su fisionomía. A pesar de que su estereotipo iconográfico, reforzado por la barba y el tono oscuro de cabellos y tez, es muy corriente en su etnia y por tanto, difícilmente identificable, la proliferación de fotografías hacen de su rostro un icono popular. Las descripciones físicas ofrecidas por El País y El Mundo trazan un retrato ambiguo del personaje, cuyos elementos distintivos serán la túnica, el pañuelo en la cabeza, el fusil y sus piernas cruzadas. Sus ojos se presentan como grandes y oscuros, no transparentes como los del héroe, pero con una profundidad que revela su fuerte personalidad, mientras que sus manos hablan de un hombre de finos modales. De su cuerpo se destaca su altura y su delgadez y se mencionan los cambios físicos que sufre Bin Laden en las diferentes apariciones televisivas.
Osama Bin Laden responde al arquetipo de héroe clásico, capaz de realizar actos encomiables y acciones detestables al mismo tiempo. Esa ambigüedad le lleva a ser admirado por una parte del mundo islámico y odiado por sus detractores. El estado norteamericano se esforzó por dibujar el perfil de un villano malvado pero no pudo evitar que los medios de comunicación divulgasen opiniones más amables sobre Bin Laden, por lo que atributos positivos y negativos se entremezclan en las informaciones y opiniones. Los atributos positivos (escasos en comparación con los negativos) que aparecen en El País y El Mundo hacen referencia a su carácter tranquilo, su inteligencia, su religiosidad como virtud, su generosidad y la admiración que despierta un hombre rico que en lugar de llevar una existencia cómoda se dedica a luchar por Alá. Los atributos negativos, potenciados por la propaganda americana y que divulgan en los diarios El País y El Mundo calificativos como cruel, vengativo, mentiroso o monstruo se intensificarán tras la emisión del vídeo (Bin Laden cenando con varios colaboradores y dando gracias a Alá por los daños causados) como prueba definitiva de la culpabilidad de este hombre. El retrato del enemigo presentado por ambos periódicos y por los demás medios occidentales responde a los propósitos de Estados Unidos, al convertir al personaje en la encarnación del Mal.
El mito de Bin Laden es complejo, puesto que no puede ser considerado como un villano de una pieza. Para la sociedad occidental no es más que un fanático que pretende combatir contra los que él considera infieles pero para una parte de la población islámica responde a la imagen del nuevo Mesías, caracterizada por su sacrificio y su vocación profética, unida a la de héroe liberador de un pueblo oprimido que considera que la venganza está justificada tras años de opresión vividos por los musulmanes por causa de Estados Unidos e Israel. En relación con el sacrificio de Bin Laden, la idea de martirio grandioso o suicidio estuvo presente en muchas especulaciones pero hoy día su paradero sigue siendo un enigma. El misterio en torno a su desaparición aumenta el atractivo carismático del personaje.
En el proceso de mitificación del héroe a través del discurso periodístico, al igual que en las leyendas y mitos de todas las culturas, aparecen elementos que remiten a cierto simbolismo: espacios sagrados como el centro, la montaña, la cueva o el laberinto. Las Torres Gemelas de Nueva York representan no sólo centros de poder económico sino un centro simbólico asociado a la civilización; las montañas de Tora Bora, en Afganistán, se convertirán en el centro de búsqueda de Bin Laden y por tanto en centro del mundo informativo; las cuevas situadas en las montañas de Tora Bora simbolizan el corazón, lo oculto y cerrado, y en éstas se esconderá el multimillonario saudí una vez iniciada la guerra de Afganistán; el complejo entramado de dichas cuevas, vigiladas por los talibanes, remiten a otra figura simbólica, el laberinto.
Otros tres elementos propios del héroe clásico acompañarán a las informaciones sobre Bin Laden: el caballo, las armas y los poderes mágicos.
En una crónica publicada en El Mundo el 31 de octubre de 2001 se afirmaba que, según los informes de la CIA, Bin Laden había sustituido los Land Cruiser por mulas o caballos pero no había sido avistado hasta el momento. El caballo adquiere, frente a su uso utilitario, una función simbólica al dotar al caballero del poder de la invisibilidad. Tanto en El País como en El Mundo se describen las apariciones de Bin Laden vestido de blanco (símbolo de la pureza) y a lomos de un caballo. Estas informaciones que contribuyen a fomentar una imagen del héroe solitario que sólo es visto por el pueblo, podrían ser una estrategia del Estado americano ante su imposibilidad de hallarlo, elección errónea al sugerir en la imaginación del lector las figuras de caballeros audaces.
La justificación de la propia incapacidad para prevenir el ataque conducen a Estados Unidos a crear un enemigo de grandes dimensiones, dotado de armas más poderosas, una inmensa fortuna, un gran ejército y un moderno sistema financiero.
Bin Laden, respondiendo al prototipo de héroe guerrero, aparece en muchas de sus intervenciones televisivas portando los signos propios de éste: una chaqueta militar y un fusil soviético. Sus armas invocan el campo de lo simbólico al estar revestidas por la extraordinaria inteligencia y fortuna del personaje, así como por el apoyo de un ejército repartido por todo el mundo. Su dinero es el arma más poderosa puesto que le permite adquirir un moderno arsenal armamentístico, hecho que conduce a los Estados Unidos a la amenaza de las armas de destrucción masiva. Otro de los temas presentes en la prensa será la capacidad logística y tecnológica de la organización Al Qaeda en la era de Internet, dotada de un sistema financiero descrito por los medios como oscurantista.
El protagonismo de Bin Laden como personaje heroico y su presencia en los medios de comunicación fue consecuencia de los deseos de dar una respuesta inmediata a una coyuntura política y social amenazada por el miedo y la incertidumbre. El impacto que provocaron los atentados dio vida a una maquinaría política y propagandística imparable que comenzó con un discurso mítico y la oposición entre el Bien y el Mal y convirtió a Bin Laden en un personaje mítico. En lugar de contener las pasiones y recurrir al ámbito de lo racional, el sentimiento nacional se apoyó en un lenguaje simbólico que otorgó una cara en la que poder materializar todas las pérdidas humanas causadas.
La mitificación de Bin Laden como personaje malvado tuvo como principal objetivo la estabilización de un orden social amenazado: los atributos negativos son predominantes en los medios de comunicación aunque algunos textos aporten otros puntos de vista más benevolentes sobre su persona. El fuerte componente mitológico del caso Bin Laden se ve reforzado por el universo simbólico en el que éste se halla inmerso y por la conexión que mantiene su trayecto con las diferentes fases del viaje del héroe.
Desde el momento en el que se produjo el ataque a las Torres Gemelas y al Pentágono el 11 de septiembre de 2001, las circunstancias que rodearon al acontecimiento propiciaron el desarrollo de una historia narrada en claves míticas:
- la dramatización de un hecho tan inexplicable y la inseguridad posterior conducen al mito
- Bin Laden destruye el mito de la superioridad americana, al atacar el símbolo de toda una nación
- el discurso mítico de Bush crea el mito Bin Laden, la imagen material de las fragilidades de la cultura occidental
- se establece la dualidad entre el Bien (representado por Los EEUU, lo civilizado) y el Mal (Bin Laden y posteriormente el Estado de Afganistán)
Un atentado con unas características como el del 11 de septiembre de 2001 sólo es posible gracias a la elaboración previa de un cuidadoso plan y a la colaboración entre un elevado número de personas, en este caso los miembros de la organización terrorista Al Qaeda. Sin embargo, Estados Unidos, en su afán por justificar la destrucción de uno de sus símbolos de poder, dejó a un lado la autoría colectiva del ataque para centrarse en la creación de un enemigo lo suficientemente poderoso como para enfrentarse a ellos.
Frente a los héroes anónimos estadounidenses; bomberos, policías y ciudadanos altruistas que colaboraron en el rescate de numerosas víctimas, el mito del enemigo se materializa rápidamente, a pesar de que siempre será el gran desconocido: el halo de misterio que le rodea sólo contribuye a la creación de todo tipo de historias y datos confusos y contradictorios. Parece estar en todos los sitios cuando probablemente no estuviera en ninguno.
El discurso de Bush fue el primer paso para llevar a cabo la mitificación de un personaje malvado; las palabras del presidente norteamericano transformaron a Bin Laden en una figura satánica y los medios de comunicación del todo el mundo, liderados por los mass media de Estados Unidos, llevaron a cabo un proceso de mitificación de Bin Laden. La construcción del enemigo fue realizada antes de tener pruebas incriminatorias suficientes porque se necesitaba poner un rostro al mal y unir a la patria en la luchar contra algo visible.
La lucha entre el Bien y el Mal expresada por Bush sustituyó el terrorismo real por un terrorismo psicológico (amenaza de que el enemigo poseía armas de destrucción masiva) y fue la excusa que lo Estados Unidos habían estado esperando para atacar Afganistán, cuando la red terrorista se encontraba en todas partes. Y cuando Bush dijo “vamos a eliminar el Mal de este mundo” añadió que la neutralidad no era posible con el objetivo de obtener la ayuda de las demás potencias en su lucha contra el “enemigo”: “O ustedes están con nosotros o están con los terroristas. Esta es la guerra del mundo, la guerra de la civilización”.
Detrás de la creación del mito de Bin Laden se esconden los intereses políticos y económicos de la nación más poderosa del mundo y la ola de patriotismo surgida tras la llamada a la venganza fue la conducta colectiva esperada: los ciudadanos norteamericanos y la comunidad internacional consideraron la medida como un acto de justicia porque los Estados Unidos afirmaban luchar en nombre de la democracia y la religión. En su supuesta búsqueda del millonario saudí, Estados Unidos perjudicó no sólo a una de las regiones más pobres del mundo sino también al mundo árabe en general, al disparar el terror y la repulsión occidental hacia esa parte asiática. Toda la narración mítica, la repetición de las imágenes del atentado por los medios y la dualidad establecida entre el Bien y el Mal fue la receta mágica de Estados Unidos para negar la racionalidad y recurrir al mito, propiciando unos deseos de venganza que contribuyeron a apoyar una guerra que, aun dirigida contra Al Qaeda y en especial contra un hombre cuyo paradero continua siendo un misterio, afectó a toda la población afgana.
Detrás de la creación del mito de Bin Laden se esconden los intereses políticos y económicos de la nación más poderosa del mundo y la ola de patriotismo surgida tras la llamada a la venganza fue la conducta colectiva esperada: los ciudadanos norteamericanos y la comunidad internacional consideraron la medida como un acto de justicia porque los Estados Unidos afirmaban luchar en nombre de la democracia y la religión. En su supuesta búsqueda del millonario saudí, Estados Unidos perjudicó no sólo a una de las regiones más pobres del mundo sino también al mundo árabe en general, al disparar el terror y la repulsión occidental hacia esa parte asiática. Toda la narración mítica, la repetición de las imágenes del atentado por los medios y la dualidad establecida entre el Bien y el Mal fue la receta mágica de Estados Unidos para negar la racionalidad y recurrir al mito, propiciando unos deseos de venganza que contribuyeron a apoyar una guerra que, aun dirigida contra Al Qaeda y en especial contra un hombre cuyo paradero continua siendo un misterio, afectó a toda la población afgana.
(Fuente utilizada para la elaboración de esta reflexión: “La construcción del mito a través de la prensa: el caso Bin Laden”. Marín Murillo, María Flora… Comunicación Social Ediciones y Comunicaciones. 2004).
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