Ella podría escribir su historia con pluma de oro. Es de esos seres humanos que se vuelven imprescindibles y que marcan un antes y un después en tu vida. Llegan para llenar todos los huecos, para limar las imperfecciones y hacerte creer en la vida eterna. Su templanza y su nobleza no son habituales en los tiempos modernos, tan contaminados y vacíos, y es su pureza la que embelesa y conquista.
Entre las frías paredes de un hospital cualquiera ya la han reconocido y los enfermos la conocen como “el Ángel”. Preguntan su nombre para no olvidarlo y rozan su uniforme de trabajo para saber si es real o uno de esos sueños que nos acercan un poco más al paraíso de nubes y recuerdos que nos envuelve sólo en los momentos de calma y silencio. Su piel blanca y esos profundos ojos azules, hechos para amar y para curar las enfermedades del alma, la delatan entre sueros y vendajes, entre tantas carencias y anhelos. Su corazón sensible se pasea por las habitaciones recogiendo los pétalos de la soledad y luchando contra la desidia y las caras cansadas, las pieles enfermas, las miradas consumidas. Sus palabras reconfortan y acompañan porque es su humanidad la que aplaca los infortunios y hace más llevadera la espera y la convalecencia.
Sé que vienes del cielo y que al cielo piensas volver y lo entiendo, porque es imposible esconder por más tiempo tus alas bajo la apariencia mortal y tu mirada de ángel hace estremecer cada sentido ante tu posible partida. Entre las nubes no te veré ni podré darte las gracias por tus sonrisas, ni escucharé tus susurros ni tus cálidas canciones. Viniste de visita pero no inicies aún tu viaje de retorno, por favor. Espera un poco, unos días, una vida entera. Te necesito aquí para guiar mis pasos, para acompañarme en mis noches más dramáticas, en mis desayunos más incoloros. Puedo convertirme en sirena de profundos océanos si quieres y guardar tus alas mientras tanto en un mar aún no descubierto bajo un inquebrantable pacto de silencio para que los dioses no se atrevan a reclamarte. Puedo transformarte en una mujer que vive por y para su ética, que camine bajo la lluvia para no echar de menos las nubes, que conozca el sabor del azúcar y las alegrías que esconden los pacientes bajo su piel, al margen de sus enfermedades y sufrimientos.
Cuando la noche caiga sobre la ciudad y las luces de un hospital iluminen el pasillo central, tú entrarás en cada habitación para dar el beso más humano, el calor más arrollador. Y la persona no olvidará porque dormirá tranquila y entre suspiros se la oirá murmurar; “hoy ha venido a visitarme un ángel”. No inicies aún tu viaje de retorno, por favor. Me convertiré en guardián de tus alas para que puedas iniciar tu vida como una mortal más, las tomaré prestadas por un momento si es necesario para hacerme oír en las nubes y que arriba en el cielo comprendan lo inevitable, que han perdido un ángel.
Dedicado a una gran profesional de la enfermería, mi hermana Raquel.
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