“¿Nunca te han comido el corazón a mordiscos?” (Carmen)
La mujer fatal es una ambigüa y fascinante figura, presente desde el principio de los tiempos en la mitología y la religión y cuyo protagonismo social se fue incrementando gracias a las constantes alusiones que de ella se realizaban a lo largo de los siglos en la pintura, el arte, la poesía, la literatura, la publicidad y el cine. El escritor español Valle-Inclán la definía como esa clase de mujer que se ve una vez y se recuerda siempre. Un clásico de mujer fatal aparece representado por una gitana cordobesa, la famosa Carmen de finales del siglo XIX (novela del escritor Prosper Merimée) y que el director español Vicente Aranda llevó al cine en el año 2003.
Ambientada en la España del siglo XIX, y concretamente en Sevilla en el año 1830, durante el reinado de Fernando VII, “Carmen” cuenta la trágica historia de una mujer fría e impasible ante cualquier demostración de amor que llevará a la locura a José Lizarrabengoa, sargento del ejército español. Una única frase, “¿sabes cuántos lunares tengo en el cuerpo?”, le vale a la andaluza para robarle el corazón con su descarada y melosa voz y su mirada atrevida.
Carmen es grosera pero seductora. En su mirada fría reside su poder de seducción. Sus ojos son marrones y su pelo negro aparece a veces atado, a veces revuelto y desenfadado, cayéndole sobre los hombros. Viste con ropa de cigarrera, como una mujerzuela; sus escotes son muy atrevidos y no lleva ropa interior. El mantón negro que la caracteriza a lo largo de la película se combina con otros colores, como son el rojo, el rosa o el lila.
“La vida ha hecho de mí lo contrario a lo que hubiera deseado ser”. De esa forma expresa el protagonista su infortunio y su desgracia, que comienza el día en el que se deja enamorar por esa mujer fatal.
Es una Carmen desinhibida y sin vergüenza, cuyo atrevimiento al cortarle una mejilla a una mujer hará que se tropiece en el camino de José, el navarro. En las puertas de prisión el teniente le pregunta qué ha pasado pero ella, en vez de contestar, se limita a sacar una peineta de su escote y a colocarla entre su pelo de forma burlona mientras tararea una melodía de forma insinuante y mirando al sargento José. Le encomiendan encerrarla en prisión pero ella despliega todas sus artimañas para conseguir que éste la deje escapar: suplica, llora, se arrodilla ante él e incluso le hace creer que ella es navarra como él.
Ese será el comienzo del deterioro de José, al ser relegado de su cargo de sargento a simple soldado raso. Él, que tenía una lista de servicio intachable. Se empieza a cumplir la profecía de Carmen cuando le dice “las órdenes pronto te las voy a dar yo”.
Carmen es una prostituta y la ambición le hace fijarse en los tenientes y en los hombres con dinero; utiliza sus lisonjeras palabras y la desnudez de su cuerpo para tentar y provocar celos. Pero su mirada se interesa por José porque en un primer momento éste le rehuye y no le presta atención como los demás hombres. Sin embargo, el amor que empieza a sentir es aprovechado inteligentemente por Carmen para tejer su telaraña, y su desgracia, sobre él. Hombre inexperto en el amor, José encontrará en Carmen una pasión que le desbordará y le hará desear más. En su primer encuentro sexual, ella empieza a desnudarse sin ningún pudor mientras él, contemplando la figura de la virgen le dice: “le pedía para que seas buena y tengas compasión de mí”.
Su amor es tan grande que ni los ofrecimientos de la dueña del burdel pueden apartarle de su amada: “yo quiero a Carmen y la quiero para mi”. Esa es su condena: por ella es relevado de su puesto de sargento, por ella asesina a su teniente, por ella huye al monte y se convierte en contrabandista luchando contra el ejército del que hasta hace poco había sido miembro, por ella asesina tres veces más sin pensar en lo que está haciendo.
“Carmen” es la historia de una mujer despiadada pero también la de un hombre enamorado hasta la médula y de fuertes convicciones religiosas y morales que tendrá que abandonar en su empeño por no perder a Carmen. “Haz que la bondad inunde su alma, haz que me quiera y pueda quererla” le dirá a la Virgen en su desesperación. Es un personaje complejo, que es utilizado y que lo sabe, hecho que incrementa aún más su dolor. La libertad que caracteriza a Carmen es incompatible con la dependencia de José hacia ella, lo que conlleva un amor no correspondido:
- “Si te matase ahora seguro que me ahorraría muchas lágrimas” –le dice José
- “Seguro. Si me besas, tal vez vuelva a quererte un poquito” –le responde Carmen
A diferencia de otras narraciones audiovisuales protagonizadas por mujeres fatales, en “Carmen” no es su malvada heroína la que comete asesinatos; será José, personaje interpretado por el argentino Leonardo Sbaraglia, quién mata a cuatro hombres, a cuatro amantes de Carmen por celos y rabia; a su propio teniente, a un inglés, al tuerto (el marido de Carmen) y al torero.
Carmen juega con él, y él se deja porque no quiere vivir sin ella. Sueña con convertir a Carmen en una buena mujer pero ella sólo conoce la maldad porque en la maldad ha crecido y ha desarrollado su implacable carácter (fue vendida al que se dice su marido a los doce años). El anillo que José le regala no significa nada para ella porque delante de él coquetea con el torero, el cual cae rendido ante sus encantos:
- “Dime cómo te llamas” – le dice el torero
- ”Carmen” – contesta ella
- “Te juro que el próximo toro que mate lo haré pronunciando tu nombre”
Tras el asesinato del “tuerto”, José se lleva a Carmen con él: “vas a ser mi mujer y de nadie más. Para toda la vida”. Pero Carmen no está enamorada, prefiere seguir con su vida aventurera, disfrutando de sus amantes y de su libertad:
- “¿Te acuestas con el torero?” –le pregunta José
- “Qué más quisiera yo” –replica ella
- “Te prohíbo que lo vuelvas a ver”
- “Ándate con ojo, que basta que me prohíban algo para que me ponga a hacerlo”
Y tras el engaño sufrido (José les encuentra a los dos en la cama), Carmen le anima a matar al torero. Él dispara y se lleva a Carmen a la iglesia.:
- “Jura que no lo volverás a hacer” –le suplica él
- “No” –replica ella
- “Jura que serás mía y sólo mía, para siempre”
- “No”
- “Carmen, te lo pido de rodillas. Estoy dispuesto a olvidar el pasado. Ten piedad, Carmen, deja que me salve y sálvate conmigo”
- “No te quiero”
- “No voy a permitir que te burles de mi delante de otro hombre. [...] Sólo quiero que me sigas, que vengas conmigo, que seas mi mujer”
- “No, no, no, no”
- “¿Vas a venir conmigo?”
- “No, nunca”
- “Carmen te lo suplico. Por ti me he convertido en un asesino pero seguiré siéndolo si esa es la única manera de tenerte”
- “No quiero nada de ti”
Las palabras de amor y fidelidad caen al vacío ante la indiferencia de Carmen. Ella le reta, como en ocasiones anteriores, a que cometa otro asesinato, ésta vez el suyo propio:
- “Mátame o deja que me vaya. Yo sólo te seguiré hasta la muerte porque ya no quiero vivir contigo. Mata a Carmen”
Y mientras se besan, él acaba con la vida de la mujer que ama, de la mujer que le ha convertido en un fugitivo y en un asesino. Comprende que es la única forma de poseerla de una forma plena y sin ninguna duda. Y así como está, desnuda, la besa lentamente por todo su cuerpo, mitad amándola, mitad despidiéndose.
Ahí termina la historia que José le cuenta al escritor desde una esquina de su celda, condenado a muerte por los actos de contrabandismo, acción criminal y asesinato. Condenado a muerte por una mujer:
- “Suponiendo que ello fuera posible, ¿renunciaría usted a lo que ha vivido?, ¿aceptaría ahora regresar a la inocencia de un pobre oficial del ejército?, ¿permitiría que Carmen fuese borrada de su existencia?” –le pregunta el escritor.
- “No, no. Claro que no” –responde José.
Así de grande es el amor que un hombre puede sentir hacia una mujer fatal que le condena irremediablemente con sus gestos y con su cuerpo. Así de grande es el poder de Carmen, quien después de su perversidad y de su muerte, sigue estando presente en el corazón de un hombre sentenciado.