En 1898, el escritor Morgan Robertson publica un libro sobre un inmenso transatlántico, Titan, que naufragó una fría noche de abril a causa de una colisión con un iceberg. Bien podría haber sido una historia basada en el hundimiento del famoso Titanic pero la realidad es que esta novela, titulada Vanidad, fue ideada catorce años antes del desastre naval que conmocionó al mundo. Una increíble predicción que se cumplió cuando 1.523 personas fueron tragadas por un mar inmisericorde la noche de 15 de abril de 1912. El Titanic no llegó a finalizar su viaje inaugural y se despidió del mundo entre gritos y miedo y mientras su orquesta entonaba valiente y resignadamente un himno religioso que silenciarían sin piedad las frías aguas del Atlántico Norte.
Se acaban de cumplir 100 años desde aquella fatídica noche en la que un iceberg inició el fatal desenlace por la banda de estribor de un transatlántico colosal, el llamado “insumergible”. 7,5 millones de dólares de la época costó construir un barco de 269 metros de longitud y 26.328 toneladas de peso. El lujo reinaba en sus instalaciones, la ostentación convertida en baños turcos, piscinas, salones suntuosos, galerías, apartamentos privados, campos de tenis. Una revista de la época expuso: “El Titanic representa todo lo que la previsión y el conocimiento humano son capaces de inventar para hacerle inmune a casi cualquier daño”. Thomas Andrews, el ingeniero que diseño el transatlántico y que moriría junto a su gran orgullo, estaba tan convencido de la perfección de su obra que llegó a decir a un reportero que “ni el mismísimo Dios podría hundirlo”. Pero la realidad es que tan solo tardó dos horas y cuarenta y cinco minutos en hacerlo. Su naufragio fue el castigo que recibió la vanidad humana, aireando su progreso científico a una naturaleza que se cobró su pieza.
El hundimiento del Titanic es uno de los desastres navales con más incógnitas de la historia. Los medios de comunicación de la época se olvidaron de los hechos fundamentales para relatar episodios marginales, ignorando cifras e interrogantes. Sólo muchos años después se averiguó que el casco del Titanic no era lo suficientemente resistente debido a que los compartimentos estancos cubrían sólo una parte de éste. En los botes salvavidas, ya de por sí insuficientes (con asientos únicamente para el 52% de los embarcados), no se ocuparon todas las plazas y algunos quedaron prácticamente vacíos. A pesar de las órdenes del capitán Smith, la sagrada ley del mar, “las mujeres y los niños primero”, no fue respetada. Las pérdidas fueron más elevadas entre los niños de tercera clase que entre los hombres de primera. El presidente de la White Star Line (compañía creadora del barco), Bruce Ismay, sí que encontró sitio en un bote (puesto que debería haber sido ocupado por una mujer o un niño) pero el New York Sun le justificó así: “Ismay se comportó de una forma excepcionalmente valerosa (…) Nadie sabe por qué el señor Ismay se encontraba a bordo de un bote; se piensa que le movía el deseo de apresurase para informar a su sociedad de lo ocurrido”.
La misma agonía para los de primera y los de tercera clase. Las diferencias sociales se diluyeron en los corredores de la gente adinerada, en las cubiertas de tercera. Todos vivieron el hundimiento de la proa, la verticalidad de toneladas de acero que fueron engullidas por los abismos marinos. Los supervivientes de los botes fueron testigos callados de un naufragio bestial, de la desaparición del que se decía ser el mejor buque del mundo. Las cadenas de las anclas, los ajuares de los ricos, los pianos de cola, macetas y bastones de golf, la caja fuerte del barco, camarotes, juegos de cubertería y vajilla, relojes, joyas, instrumentos musicales, botellas de champán sin abrir. Miles de objetos se perdieron en las profundidades del océano.
Y cuando las luces se apagaron para siempre las cientos de personas se dieron de bruces contra el frío, el aire helado, unas temperaturas mínimas. En la oscuridad de la noche, un único oficial, Harold Godfrey Lowe, decide volver para socorrer a los que no han encontrado sitio en los botes. Este gesto humanitario que propició la salvación de cuatro pasajeros se perdió entre la insolidaridad de todos sus semejantes, impertérritos en sus asientos, no queriendo arriesgar su propia salvación mientras los gritos de auxilio rompían un silencio sepulcral, un cielo lleno de estrellas.
Solo cuatro días surcó las aguas y lleva cien reposando en ellas. El Titanic descansa a 3.920 metros bajo el océano, frente a las costas de Terranova (Canadá). Las oscuras y gélidas aguas se llevaron las respuestas y los sueños de cientos de pasajeros que, fallecidos de hipotermia, corrieron su misma suerte. Todos querían llegar a puerto pero el destino les tenía reservado otro final. Miles de historias personales quedaron sumergidas en sus camarotes y en su cubierta la esperanza vana de escapar de una tragedia convertida en leyenda. Los secretos del Titanic se hundieron con él y se revistieron de algas y sal, de silencio, de mar.
El orgullo del ser humano quedó herido de muerte en la proa hoy desgastada de una máquina que cedió a los designios de la naturaleza y cayó desde la opulencia a las congeladas fauces de un mar que se tragó el progreso humano dejando tras de sí una gigantesca succión. Se partió en dos el símbolo de una vanidad exacerbada que dejó de lado las precauciones y cautelas. Cien años después, el Titanic mantiene encendidas sus luces y las preguntas que no fueron resueltas. Su leyenda sigue navegando.
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La película “Titanic” (1997), escrita y dirigida por James Cameron, narra el desastre del lujoso barco con una intensa tragedia romántica que ha recaudado más de 1.800 millones de dólares en taquilla. ¿Quién no ha gritado alguna vez “soy el rey del mundo”, como lo hace Jack Dawson, su protagonista?, ¿Quién no ha llorado en la escena final? Reproduzco a continuación una serie de curiosidades sobre la película que he encontrado en la red:
- Las alfombras que salen en la película fueron fabricadas por la misma compañía de alfombras que hizo las del verdadero Titanic en el año 1912.
- Las cartas del menú son copias fieles de las que había en el Titanic (los platillos son los mismos).
- La temperatura del agua era de unos 10 grados: en ninguna escena pudo calentarse para que no salieran vapores.
- Parte del barco fue construido por las mismas empresas que construyeron el Titanic original.
- El billete más caro de primera clase en el Titanic costaba 4.350 dólares, el equivalente a aproximadamente 75.000 dólares de hoy.
- Existe una escena, mientras Jack y Rose dan su paseo por la cubierta de primera clase, en la que aparece un niño jugando con su padre a la peonza. Esta imagen es exacta a una fotografía que en realidad se conserva y que puede verse en Titanic 'The Exposition'.
- Existen fotos de la tripulación y de diversos pasajeros del Titanic que inspiraron las caracterizaciones de los personajes de la película. Esas fotos fueron tomadas por un sacerdote irlandés que abandonó el barco en el último puerto en el que el Titanic hacía escala antes de dirigirse a Nueva York.
- Había tanta cantidad de extras que optaron por dividir las diferentes reacciones a la tragedia según los signos del zodiaco. En total, doce reacciones diferentes.
- Bruce Ismay, presidente de la "White Star Line", declaró ante el tribunal que el barco se hundió sin partirse para dar la sensación de que era robusto; por ello en los hundimientos de las anteriores películas el Titanic se hunde de una pieza.
- James Cameron es el hombre cuya barba estaba siendo limpiada de piojos en el muelle de Southampton.
- Los salvavidas llevaban escrito “S.S. Titanic” en ellos, un hecho históricamente preciso.
- Cuando Jack ve por primera vez a Rose y él se queda embobado mirándola, un compañero de tercera clase le dice: "No te hagas ilusiones con ella. Es más fácil que un ángel baje del cielo y te toque". Pues bien, antes de ir a la cena de primera clase se encuentran Jack y Rose bajo las escaleras y se aprecia una figura con forma de ángel detrás de Jack, en el momento que se cogen de la mano, que parece estar tocándole.
- Al final, cuando Rose regresa al barco, Jack la espera frente a un reloj que marca la hora exacta cuando el Titanic se hundió.