A mis ochenta primaveras hoy me da por volver la vista atrás. A una época distinta, de sensaciones a flor de piel, de guerra y transición, de penurias y rosas blancas. Fui una mujer que se agarró con fuerza al tren de la salvación, que halló un pequeño islote en el mar de confusión que la envolvía. Amé y odié, creí y dudé, todo muy deprisa, todo a la vez. Amasijo de sentimientos que, sin ningún tipo de fundamento, trataba de escribir sobre el papel. No fue nada fácil, te lo aseguro. Yo no hice otra cosa más que vivir. Puede que aceleradamente, sin control, sin equipaje, rozando la locura, pero eso ya no fue mi culpa. No era mi intención alimentarme de ilusiones antiguas ni de momentos que naufragaron. No me podía quedar a la sombra de un tiempo mejor, por muy tentadora que fuera la idea. Sólo quería encontrarme tal como era. Huyendo de lo inseguro, mostrando mis heridas a un horizonte más comprensivo. Mientras el tiempo pasaba, me identificaba cada vez más con el olor a café en la madrugada, con el ruido familiar de nuestras sencillas conversaciones, con la dulce expresión de la diminuta bailarina. En esas cosas, a simple vista tan insignificantes, encontraba yo la felicidad. En lo que consideraba mío, en los gestos sin traducción, en los abrazos que se dan porque sí, porque se quiere. Fue como una prolongación de la vida.
La mariposa del olvido se confunde con el silencio de la tarde y comprende que su misión es inútil porque hoy quiero recordar. Pero me niego a hablar de mi vida como un álbum de ayeres. No son acontecimientos los que marcaron mi vida, sino las diferentes personas que pasaron por ella. Ahora que estoy palpando con delicadeza el frágil cristal de mis recuerdos, me pregunto a donde habrán ido las tardes que vivimos, las promesas que nunca nos atrevimos a romper, las profundas miradas que eran capaces de decirlo todo.
2 comentarios:
que lindo me dejo impactada todas esas palabras
Y yo agradecida por el comentario... Un saludo
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