Para comprender la situación resulta imprescindible conocer la definición de superdotación y las características comunes de este tipo de personas. La superdotación intelectual es definida como la posesión de un potencial intelectual muy elevado. Tradicionalmente se ha asociado con tener una inteligencia por encima de la media, un cociente intelectual (CI) superior a 130 puntos en la escala de David Wechsler (siendo la media de 100). Entre sus cualidades destacan la lectura precoz, una gran capacidad memorística, desinterés por las tareas simples y curiosidad ante las que supongan un reto, un vocabulario complejo, elevado razonamiento numérico y verbal, alta capacidad de concentración, fuertes dosis de creatividad…
Estos niños poseen una serie de capacidades intelectivas muy peculiares y un afán desmedido por comprender el mundo del saber. Su cerebro, continuamente activo, necesita fuentes nuevas y constantes de información y demandan una educación diferente, porque ellos son diferentes. Pero resulta escalofriante advertir que el sistema educativo, de esos posibles 300.000 alumnos españoles superdotados al inicio mencionados, apenas reconoce a unos 3.000, que se benefician de más flexibilidad en los planes de estudios o aceleración de cursos. Es imposible exigir para el discapacitado el mismo ritmo de aprendizaje ni las mismas condiciones de estudio, ni las características académicas que acompañan a la gran mayoría de los alumnos. Porque él es superior en capacidad y rendimiento. Pero la incapacidad temprana de detectar su superdotación conlleva un cúmulo de errores dentro del sistema educativo que, por malentendidos o inercia, condena lamentablemente a un genio de la intelectualidad a los infiernos, traducidos éstos en bajo rendimiento, un mal llamado fracaso escolar, la etiqueta de rebeldes, depresivos, pasotas o torpes, una falta de adaptación e integración dentro del grupo y un aberrante despilfarro de talentos en una sociedad que no puede presumir precisamente de intelectuales o estudiosos.
El fracaso aquí se encuentra en la propia educación, en su imposibilidad de detectar a este tipo de niños. Destruimos, por no querer verles, su gran potencial, aniquilamos su independencia y su superior ritmo de aprendizaje, anulamos su esencia y creatividad. Creo que es necesario abrir los ojos. Tener la suficiente sensibilidad para detectar a este tipo de niños y proporcionar una calidad educativa que les permita desarrollarse libremente, sin cadenas ni frenos. Es imposible que un superdotado alcance el éxito en un sistema inadecuado e inadaptado a sus verdaderas capacidades intelectuales.
Aunque tal vez la sociedad española prefiera emitir su propio dictamen y hablar de problemas de adaptación, mala conducta o dejadez. No es de extrañar que los grandes genios de la historia, con un mérito desmerecido en su época, víctimas de persecuciones y cubiertos de desprestigio, siguiesen el camino del autodidactismo como la única forma de aprendizaje posible, en un mundo que no comprendía o no le interesaba comprender su potencial intelectual. Ahora avanzamos por la misma senda, no vemos alternativas, y hacemos fracasar a los superdotados mientras alabamos y encumbramos a los parias y vagos de España. En un país de pandereta como el nuestro, ser superdotado no vende porque la formación y el intelectualismo no son comerciales. Esa es una trampa del sistema social que parece haber absorbido también a la educación, que termina aislando a las mentes prodigiosas. Condena y castigo, donde debería haber premio y promoción. Y la triste realidad es que unos se forran sin haber dado un palo al agua, cargados sus bolsillos de falsas amistades e influencias poderosas o golpes de suerte incomprensibles para los más trabajadores, dejando para unos brillantes intelectos el camino amargo de la decepción, la marginación y el desempleo. Menos mal que nuestros coeficientes intelectuales no dan para tanto…
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